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Dice más de un gobernante su capacidad de tomar decisiones contrarias a quienes lo apoyaron a su proceso de postulación y llegada al poder; mucho dice de un líder su falta de capacidad para sortear con verdadera capacidad de estadista las crisis de gobernabilidad que pueda cursar en su mandato; pero dice aún más la terquedad en mantenerse en decisiones que a todas luces fueron equivocadas.
Desde que inició su periodo presidencial, Iván Duque ha gobernado con viento en contra. Primero, haber recibido el apoyo de un partido que dentro de sus banderas tenía la real intención de acabar con los acuerdos de paz y, luego, por su juventud ha tenido que someterse a la burla de un público que ha sido implacable en juzgar su gestión -más por su padrino político- que por los verdaderos aciertos o desaciertos de su administración.
Fuera de este foco, es claro que el presidente Duque debe urgentemente sacudirse de esta nebulosa y entrar en el camino de trabajar tres años por su programa de gobierno. Primero, fue declarada inexequible la ley de financiamiento, que era uno de los puntos clave para la financiación de dicho programa; luego, quien ha sido un lunar en su corta administración ha pasado de ser simplemente desacertado a convertirse en un cáncer al interior de una gestión que no vive sus mejores épocas de gobernabilidad.
El ministro de Defensa, Guillermo Botero, quien con amplio y conocido desatino ha lidiado con los problemas que a cargo de este ministerio ha tenido que afrontar, desató una crisis en el Gobierno por cuenta de dos problemas: el primero es que, ante la pésima gestión de Botero, el presidente se ha tardado mucho en pedir su renuncia, pues aun si saliera bien librado de la moción de censura en su contra, se convertirá en una papa caliente que tendrá que soportar sin poder alegar su desconocimiento; el segundo es que, por la dignidad de su cargo, un ministro no podrá permanecer ante los graves señalamientos que se le han hecho: es inconcebible cómo por perpetuarse en el poder termina dañando al mismo Gobierno que lo eligió.
Sin duda este Gobierno es más que lo que sale en los medios. He tenido la oportunidad de conocer cifras y programas que, solo por dar un ejemplo, ha implementado el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo -al que critiqué duramente en una columna de hace unos meses-, según los cuales la inversión en el país está creciendo y, sujeto a validar su impacto y resultados, parece que están implementándose políticas públicas con cierta coherencia y con mayor atino que sus antecesores, así que no todo es malo.
En el filo de la opinión pública está el Presidente por cuenta de un solo ministro, en el filo estará con riesgo a caer si no tiene la capacidad de gobernar sus propios ministros y tiene la gallardía de reconocer que no fue una buena elección, para tomar el camino correcto y nombrar una persona con mayores capacidades en un cargo que, de acuerdo con su programa de Gobierno, prometía más que escándalos y debates de control político cada mes. Todas las decisiones en un Gobierno son susceptibles de afectar la confianza inversionista, incluso las que no se toman a tiempo pueden ser más perjudiciales. Callar no es la mejor defensa en este caso, así que, presidente, no es momento de darse golpes de pecho, pero tampoco de inamovibles cuando del país se trata. Colombia no merece tener que revivir hechos por los que está siendo, con justa razón, puesto en jaque el ministro Botero. Señor Presidente, es hora de tomar decisiones incómodas.