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Analistas 15/06/2023

Nada nos une

Guillermo Cáez Gómez
Abogado y consultor en riesgos
GUILLERMO CAEZ

Hace unos días tuve una conversación con un cliente chileno, quien con mucho entusiasmo me manifestó la alegría que en Chile sintieron por la noticia del encuentro de los cuatro niños indígenas perdidos en la selva de la Amazonía colombiana. No es para menos, cuarenta días de no tener noticias del paradero volvieron la atención de todo un país y de la comunidad internacional.

Lo que para esta persona que vive fuera del país fue un símbolo de esperanza, heroísmo y unión; en Colombia lo convertimos en una novela con varias temporadas. Desde que el abuelo es un mentiroso, hasta que el papá es un presunto abusador de su esposa fallecida. Si bien habrá quienes -entre esos los medios de comunicación- han tomado partido para un lado o el otro, lo vergonzoso es que como sociedad nos interese mucho más destacar las intimidades de una familia (ciertas o no), enfrentar a sus integrantes a distintas versiones públicas, sin siquiera respetar la reciente muerte de la madre de los niños por cuenta del accidente.

Y es que como sociedad debemos cuestionarnos que ni las buenas noticias son capaces de parar con los sesgos que hemos construido desde nuestra historia como república. Si un deportista o la selección de fútbol gana alguna de las competencias en las que participa, nosotros contrario a la lógica nos enfrentamos unos a otros para ver quien tiene la razón de un análisis en el que probablemente algunos o todos, tengamos algo de verdad. Que cansado se debe sentir querer y creer tener siempre la razón.

Eso mismo pasa en muchos otros aspectos. Tan solo un ejemplo sencillo de cómo ni los bloques económicos en el país se ponen de acuerdo es la pelea entre el GEA y el Grupo Gilinski. Es claro que desde el punto de vista financiero y de negocios podrá ser analizado como una gran movida, como sociedad y en momentos de cambios coyunturales como los que se están queriendo dar, es cuando menos se necesitan conflictos de paradigmas de buenos y malos, así los buenos lo sean y los malos también. Lo cierto es que lo roles en ese paradigma cambian en la medida del tiempo y de quien cuente la historia.

Lo mismo pasa en la política. Entre el uribismo, petrismo, santismo y todos los fenómenos caudillistas nos hemos encerrado en una batalla campal innecesaria que solo beneficia a un grupo de personas que siguen usando la división como su pilar de conversación. Al final de todo, Colombia sobrevive, pero está herida de muerte por la falta de cohesión social y la mejora desde lo construido. Nuestra suerte como país, la realidad política y económica no es otra cosa que el resultado de la ecuación entre la mal auspiciada malicia indígena, la mentira y envidia como valores de sociedad.

La muestra es que Colombia es un país que casi toda la política pública arranca de cero cada nuevo gobierno. Así que, queridas lectoras y lectores, si queremos ser una economía respetable, una sociedad que avance en su construcción y un país atractivo para todos sus ciudadanos, es importante que empecemos a trabajar más en la innovación social como fuente de crecimiento, que en querer incentivar la construcción de una sociedad digital. Recordemos que la inteligencia artificial es tan ignorante y sesgada como quien la construye.

Por último, dejo uno de los mantras de esta columna: Si queremos ser Japón, debemos también querer actuar como los japoneses.

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