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Desde hace cerca de seis años que llevo inmerso en el ecosistema emprendedor, mezclado con la práctica de mi profesión he logrado entender no solo el funcionamiento sofisticado y no tanto del emprendimiento, he conocido miles de emprendedores entre aquellos que sueñan con llevar un día a la vez el sustento de sus familias, como otros que sus ilusiones están centradas en llegar a ser “unicornios” y romper el molde de sus mercados.
En ese mismo ecosistema he conocido personas que trabajan día a día por mejorar las condiciones de creación y crecimiento de empresas en el país, muchos de ellos sin recibir un solo peso a cambio de la titánica lucha que significa tratar de retar el statu quo y otros que ven al emprendimiento como una burocracia que hay que captar para lograr solo un beneficio personal. También he logrado conocer quienes con avanzada edad aún anhelan conseguir sus metas empresariales y otros de mucha menor edad y experiencia pero con el ímpetu propio de una generación más joven, quieren comerse el mundo de una sola vez por todas.
Desde hace seis años la forma en la que percibo la vida, las empresas, los negocios y a las personas dedicadas a la independencia (formal o informal) ha cambiado radicalmente. Lo que antes de toda esta experiencia de ser presidente de la Asociación de Emprendedores de Colombia (Asec) y fundador de la Asociación de Emprendedores de Latinoamérica (Asela) eran simples cifras empresariales que no valoraba lo suficiente para entender el impacto social y democrático de los negocios y la potencia de la empresa en la sociedad -desde luego cuando es bien orientada- se convirtió en lo que hoy considero que es un núcleo que sostiene el sistema como lo fue la familia en los inicios de la sociedad.
Como pueden leer, el tipo de personas que me he cruzado en el tiempo que estoy dedicado al emprendimiento, por mis ojos y oídos he tenido la fortuna de encontrar todo tipo de ciudadanos tratando de llevar su vida a un estado diferente del que se encuentran. El emprendimiento no discrimina y por el contrario en un país en donde le noventa y seis por ciento de las empresas son micro, pequeñas y menor medida medianas empresas, la empresa se convierte en una fuerza democrática más potente que existe en el país.
Esta cifra demuestra que la mayoría de las empresas en Colombia son en una buena proporción de ciudadanos de ingresos bajos o medios y muchos de estos dedicados al autoempleo como forma de subsistencia. Será responsabilidad del próximo gobierno centrar el debate en la importancia de la micro, pequeña y mediana empresa en el país y de una vez por todas entender que son este grupo que no sale en Forbes los que mueven gran parte de la economía, el ingreso y el consumo del país y que cualquier retroceso en este sentido llevará a que la base de la pirámide se vea afectada en su capacidad de adquisición y en los peores casos de supervivencia familiar.
Los países crecen al ritmo de sus empresas y Colombia necesita que se implemente un modelo de tratos diferenciales -como es la filosofía aristotélica de justicia- para que la sociedad colombiana crezca de forma equitativa. Imponer a todas las empresas las mismas cargas tributarias, de cumplimiento, etc., e incluso amenazar con robustecerlas, es una afrenta a un pueblo que encuentra en la empresa la oportunidad de movilidad social. Así que estimadas lectoras y lectores, exijamos al futuro gobernante que se implante lo que he denominado “la reivindicación social de mercado”, que no es más que equilibrar la balanza de derechos sin olvidarnos de la importancia social de empresa en un país en donde necesitamos generar oportunidades y no cargas.