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Esta semana, de nuevo y con los mismos argumentos, los taxistas decidieron parar sus actividades por cuenta de la implementación de la nueva modalidad de taxímetro que se pretende implementar en Bogotá, porque creen que tendrán que incurrir en costos adicionales como adquirir una tableta (que todos tienen para el funcionamiento de las aplicaciones para solicitar los servicios), lo que consideran una carga excesiva, trayendo otra vez el trillado discurso “anti Uber”.
Respecto a las nuevas implementaciones que se pretenden introducir, no son más que la actualización de la forma en que se cobra por las carreras teniendo en cuenta los niveles de servicio -ausentes hoy y que, según divulgan medios de comunicación, comenzarán a exigirse-, por lo que la protesta tiene un trasfondo: negarse a mejorar las condiciones personales y de sus vehículos para, a la vez, prestar un mejor servicio. Tan solo algunas empresas, no gremios, han entendido esto y están implementando cambios, incluso desde sus gerencias.
Es normal que una población que durante décadas mantuvo el monopolio del transporte individual de personas esté sintiendo el coletazo de las nuevas tecnologías, los cambios que estas traen y, desde luego, la competencia que surge por la disrupción en el transporte, eco que de alguna manera ha hecho el gobierno en cabeza de una testaruda y ciega Superintendencia de Puertos y Transporte que se niega a abrir espacio al cambio.
Las plataformas como Uber o Cabify permitieron que los usuarios tuviéramos la oportunidad de decidir ante las alternativas para transportarnos teniendo como parámetro el costo-beneficio del servicio, batalla que de lejos están perdiendo los taxistas, no solo por la mala fama creada por unos pocos miembros del gremio sino por su propia incompetencia y resistencia al cambio, carrera que cada día se ve más lejos de ganarse mientras se mantenga a líderes como Hugo Ospina al frente de este gremio, pues él prefiere promover las vías de hecho antes que los cambios estructurales necesarios para sobrevivir en un escenario de competencia.
Insistir en liderar hacia un abismo a un gremio es más que suficiente razón para que sus agremiados decidan retirar tan nefasta representación. Así, sus enceguecidos agremiados podrán eliminar las trabas que los tienen al borde de perder una competencia y con esto la pérdida de su sustento: “están viendo pasar a sus adversarios y no se han dado cuenta de que el mundo y la forma de interacción en el transporte ha cambiado”. Hoy el usuario tiene el poder, no ellos, como venían malacostumbrados.
Toda industria necesita evolucionar y la del transporte lo está haciendo, pero sus integrantes se niegan a hacerlo condenándose a su desaparición y apalancando con esta pasividad a sus competidores, quienes sí están pensando en el futuro del transporte en vez de estar manifestándose en contra del natural y más que necesario cambio. Es claro que el problema no es cuál tipo de servicio es, sino quién lo presta y las condiciones en que lo hace, concepto básico de servicio al cliente para mantener fiel al usuario que nunca, salvo en muy pocos casos, tuvieron los taxistas y por el cual están pagando las consecuencias de su inactividad. Esta columna no es una apología a Uber o Cabify -porque dista mucho hoy el servicio de cuando empezó a operar en el país- pero sin duda estas plataformas sí tienen claro que es el usuario quien determina su viabilidad como opción de mercado y toman medidas necesarias para ofrecer un mejor servicio.