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Vivimos en un mundo de excesos, siempre conectados y listos para los desafíos para ser “exitosos” en nuestras carreras profesionales. El modelo de éxito que se nos ha implantado por años y años en nuestro ADN se basa en lograr metas, en cada día desafiarse para llegar más lejos, acumular bienes y riqueza de formas desproporcionadas. Hoy sin darnos cuenta nos hemos convertido en nuestros propios verdugos por cuenta de llegar a lugares en donde nada y mucho menos alguien nos está esperando.
Entre trabajar sin descanso, sin ocio y algunos obsesionarse con desafiarse con maratones, triatlones y el excesivo positivismo, la sociedad se está llenando -como muy bien lo escribe Byung-Chul Han- de individuos agotados, frustrados y deprimidos por la autoimpuesta tiranía a la que nos venimos sometiendo para ser más productivos, basados en referentes mundiales que privilegian la acumulación y el consumo como un ejemplo de superación.
Este referente se basa en la necesidad absurda de hiperuniformidad, en el que se castiga al que consume diferente, se comunica de otra manera. Creo genuinamente que en lo que dice Byung-Chul Han de buscar regresar o buscar llegar a ser de nuevo el “animal original”. Hoy el sistema educativo en un buen porcentaje -con excepciones claro está- está basado en un modelo de negocio que dejó de ver a los alumnos como seres humanos en proceso de formación y únicos, para ser casi tratados como clientes a los que no se les mide por su crecimiento personal e intelectual, sino con niveles de satisfacción de servicio.
Y no es porque consumir o generar dividendos extra esté mal, no. Lo que estoy absolutamente convencido es que además de ser una sociedad del conocimiento, debemos apartarnos de ser una sociedad del cansancio y buscar la forma de generar los cambios a nuevas generaciones en donde el coleccionar experiencias, no sea más importante que interiorizar y entender los procesos internos que se deben vivir, sin que el referente sea un modelo impuesto en una sociedad en donde educamos a los jóvenes con el afán de ser el próximo unicornio en vez de ayudarlos a aprender a amar lo que hacen, sin sacrificar su propia existencia para producir más, ¡Esa sí debiera ser la gran reforma a la educación¡
El ocio es parte fundamental para despertar nuestra creatividad, por eso no es extraño ver empresas como Google, entre otras, que buscan incentivar cada vez más espacios de recreación, juego y ocio, que como lo dice Greg Mckeown en su libro esencialismo, el juego nos da flexibilidad mental, nos otorga capacidad de adaptación y por supuesto la posibilidad de descargar la presión que por el contrario a lo que se piensa, aumenta la productividad mental que nos permite hacer lo mismo en menos tiempo y con mayor índice de innovación que si basamos nuestra vida en trabajar.
Es por eso por lo que somos una sociedad del cansancio. Nos explotamos a nosotros mismos y nos sentimos culpables por pasar un tiempo de no hacer nada, de desconexión (que es casi imposible en la era de la comunicación digital), creyendo que ese es el camino a la realización personal. Estamos muy equivocados sino revolucionamos la forma en que estamos manejando el tiempo, pues podremos construir grandes emporios empresariales, con unos pobres indicadores de dividendos personales. Esta reflexión que hago en esta columna nace de mi propia experiencia. No se trata de dejar de tener metas personales, de buscar un mejor empleo o posición económica, la clave de todo es el balance que se tenga entre la definición de nuestro yo profesional y nuestro yo personal.