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En los últimos treinta años, hemos escuchado múltiples discursos proteccionistas defendiendo las confecciones nacionales pero los consumidores felices no le paran bolas, ni le hacen eco y continúan comprando prendas baratas y diversas.
Una mirada retrospectiva al tema nos lleva a la conclusión de los que defienden y piden más protección para la confección están favoreciendo, -intencionalmente o con cándida inocencia- el contrabando, que es el que se beneficia con el aumento de aranceles.
En campaña, escuchamos el discurso soñador de sembrar el algodón, hilar, tejer y confeccionar, para generar empleo; pero nada más alejado de la realidad en un país que ya superó la etapa de pobreza indispensable para producir el calzado, la confección y el café, que se desplazan por el mundo, buscándola, y así hacer viable el negocio.
Antes de 1990, los textileros teníamos que adquirir toda la cosecha de algodón, -no de las calidades requeridas, al doble de su valor en el mercado internacional- para proteger a los agricultores además, pagar la cosecha de contado y almacenarla. A su vez sólo se podía tejer con los hilos que se lograban, no los mejores, en consecuencia, se uniformaba el país. Los fabricantes de telas de algodón, tres veces al año, trasladábamos con lista de precios acordada, el alto precio del algodón y las ineficiencias de la producción, al precio de las telas.
Los confeccionistas hacían lo propio, y no tenían alternativas de telas, texturas y colores diferentes, razón por la que una camisa de algodón hace treinta años podía valer $40.000 precio parecido al que se adquiere hoy.
Apenas se iniciaba el auge de la moda y las telas diseñadas sólo se podían producir máximo en tres colores y 1.500 metros, para diferenciar en el mercado y evitar que los saldos acabaran con las marcas.
Gracias a la apertura de la cadena, los hilanderos iniciaron la importación de los mejores algodones del mundo, los textileros pudimos acceder a los mejores hilos, nacionales e importados, los confeccionistas a la diversidad de telas, y se inició con Inexmoda el auge de la moda en el país. Los diseñadores empezaron a crear diseños para el mundo y a exportar prendas con marca y confección colombianos.
En consecuencia, el país empezó a consumir moda, -que se calcula en $30 billones de pesos para el 2022- exportó US$221 en textiles de telas muy específicas e importó US$1.832 en el 2021, y en confecciones exportó US$583 e importó US$702. Es un éxito, que nunca se logró en la época en la que sólo se vendían minutos de confección, por lo barata que era la mano de obra, el negocio de las maquilas.
El consumidor ha disfrutado precios baratos, la moda ha llegado a todos los estratos socioeconómicos; gracias a que los productos se venden al precio del mercado y no al costo de producción. Nada mejor que el precio de los saldos.
No nos podemos devolver en el tiempo, esto sería encarecer el vestuario y el calzado, e impedir que la diferenciación del mercado abierto pueda dar acceso a productos, desde la más elegante casa de modas, hasta lo que se adquiere en Sanandresito.
Más bien, vamos hacia la economía circular, fabricando hilos de la ropa usada y elaborando productos ajustados a los gustos y siluetas de cada consumidor.