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Agricultura por Contrato es una muy buena iniciativa del ministro de Agricultura, Andrés Valencia, acogida por el presidente Iván Duque como política del gobierno y se confirma el acierto en su designación, en cabeza de quien aporta al país su profundo conocimiento del sector agropecuario.
Se lanzó el programa con una meta ambiciosa: abarcar 300.000 productores, con el propósito de quien coseche “venda a la fija”. Esa es la aspiración de todo el que cultiva, que por lo general no tiene idea de comercialización y enfrenta la urgencia de salir del producto.
Agricultura por Contrato busca conectar a grandes cadenas de comercio e industriales transformadores de materias primas con los productores, acompañados de crédito y asistencia técnica. Sin duda para muchos productos puede ser la forma de disciplinar a los productores a cumplir un estándar de calidad, que los obligue a un manejo del cultivo más técnico, logrando mayor productividad por hectárea, de la que se deriva la rentabilidad.
Desde luego, parto de la base que el programa no busca descalificar al comercio, que cumple el importante papel de consolidar productos en pequeñas cantidades, transportarlo y entregarlo en las grandes ciudades, punto por punto, para satisfacer las necesidades del consumidor. Se debe evitar que los cultivadores pueden aprovechar para recostarse sobre las grandes empresas y convertir el programa en un instrumento político, para obligarlas a comprar lo que lleven, al precio que consideran justo. Y recordar que el precio más justo es el del mercado. El discurso sobre este tema solo se usa para cubrir ineficiencias.
Estos intentos de modernización deben ser un apoyo para que el mercado funcione; teniendo en cuenta que este es un país tropical, de cosechas y los procesadores tratan de abastecerse -en periodos de mucha oferta a menores precios para mantener estable el precio de su producto procesado-, que no resiste variaciones bruscas, como sí los productos frescos. Al mismo tiempo debemos recordar que el cultivador en ciclos de buenos precios -por encima de cualquier compromiso- desea capturar esa oportunidad en ingreso.
Por esta razón un amigo decía que, por ejemplo, a los cafeteros no les gusta vender el grano: ¡Cuando sube el precio, esperan que suba más y cuando baja, espera que vuelva a subir! En el caso del café, que el ministro Valencia conoce a profundidad, el gran riesgo de los contratos de venta a futuro, para el comprador, es que cuando aumenta el precio por encima de lo pactado, el productor se rehuse a honrar el contrato.
Muy diferente es el caso de los mercados de productos frescos altamente perecederos, frente a los productos que se pueden almacenar por un tiempo, así como aquellos que se procesan y acopian en esa condición. También aquellos en los que es mejor entregar las altas calidades a las amas de casa y “las segundas” a la industria, como sucede con los productos que se exprimen.
Este programa debe servir para mejorar condiciones de pago a los productores, que sustituiría el problema del crédito y es la razón por la que prefieren vender a través de intermediarios, que les pagan de contado. En todo caso, iniciativas como esta dinamizan el mercado y aportan una solución mucho mejor que pretender un fondo de sustentación de precios por cuenta del Estado, que es un atentado a la productividad y la eficiencia, además que en caso de aprobarse deberá ser para todos y cada uno de los productos, en cumplimiento del derecho a la igualdad, consagrado en la Constitución.