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Subir aranceles como lo propone Gustavo Petro es un verdadero atentado contra los pobres, a quienes pretende poner a comer bien caro, -a vestirse y a calzar, aún más caro- solo para satisfacer las peticiones de unos empresarios, como él mismo lo confirmó.
Así, quedé sin saber qué es peor, un candidato seduciendo unos empresarios ineficientes o, los capitalistas tratando de sobornar con su voto -y de pronto con aportes-, a un candidato distante en su ideología pero que, en su afán de capturar unas rentas, están dispuestos a apoyar.
Prometer aranceles para congraciarse es, prácticamente, un acto de corrupción que los beneficiarios serán capaces de defender como patriótico. Desafortunadamente si escuchamos planteamientos, en este tema termina coincidiendo con las propuestas de la derecha que ofrece lo mismo, para cautivar votos principalmente del sector rural. Es inexplicable, políticos ofreciendo que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres.
Los cafeteros podrían ser víctimas de una decisión de esta naturaleza. Las retaliaciones de los países a los que se les cierren las puertas subiendo aranceles puede generar represalias con los productos más sensibles a Colombia.
Al mismo tiempo estos economistas arcaicos, pregonan la seguridad alimentaria, cuando esta se logra precisamente importando a precio internacional, todo lo que Colombia no produce con eficiencia y a bajo costo, como trigo, cebada, maíz, sorgo, soya, y arroz entre otros, para alimentar económicamente al consumidor. Deberían ofrecer el desmonte de las exageradas protecciones de las que gozan aún muchos productos agropecuarios no competitivos, que también afectan la canasta familiar.
Además, el comercio internacional permite que los agricultores puedan vender al mundo café, banano, aguacate y flores, a precios por tonelada, veinte y treinta veces por encima de lo que vale lo importado. Por ejemplo, una tonelada de maíz importado puesto en Colombia vale US$300 y una de café se exporta por US$6.500; la tonelada de banano a US$2.500 y la de trigo se importa a US$300.
Si desmontamos los subsidios del bolsillo de los pobres para los productores - vía - precio- no tendría el estado que gastar en Ingreso Solidario.
Por su parte, el argumento del empleo es aún más débil si observamos el bajo desempleo rural, además, ni la confección, ni el calzado son actividades que seduzcan hoy en día al trabajador urbano, pero sí a empresarios nostálgicos. Estamos en una economía en la que agricultura, industria, solo generan 30% del empleo; por lo tanto, las soluciones son diferentes.
La historia económica registra cómo el café, la confección y el calzado se van desplazando por el mapa de la pobreza universal, y en Colombia sucedió en el siglo pasado. La población rural necesita disfrutar el bienestar del habitante urbano y formalización laboral. El problema no es de trabajo, es de pobreza del habitante del campo.
Debemos afrontar la escasez de mano de obra rural; para citar un caso, sin los venezolanos no hubiera sido posible recolectar la cosecha cafetera en la zona central del país, donde existen las grandes haciendas que demandan mano de obra contratada. Ahora, cuando se observa el regreso de muchas familias a su país, podremos estar en dificultades.