"Los negocios que dan pérdidas a la larga son malos”, afirmaba el líder empresarial Santiago Mejía Olarte.
Esta es una lección que si bien muchos caficultores han aprendido en las dos últimas décadas, aún quedan 2.025 productores con fincas de más de 20 hectáreas a quienes corresponde tomar decisiones racionales como todo empresario, pensando en la rentabilidad de su negocio y en sus perspectivas, dejando a un lado la nostalgia, el romanticismo, y aceptando que el pasado no garantiza el futuro.
Lo primero a evaluar por parte de un empresario con criterio, es el nivel de precios que determina el ingreso. En el caso del café, en los últimos 10 años el promedio de precio interno fue de $559.000, similar al que hoy rige. El precio internacional solo ha estado por encima del precio de hoy, US $1.68, durante 45 meses en los diez años, y el promedio ha sido de US $1.55. La tasa de cambio lleva 4 años por debajo de $2.000 y sin posibilidades de subir. El valor promedio de la cosecha anual es de $3.471 billones. El año pasado fue de $3.404 billones, y solo ha estado por encima en 2010 y 2011, con $4.365 y $4.923 billones respectivamente.
Estas variables que determinan el ingreso, nos permiten concluir rápidamente que las condiciones de estos 10 años no han sido buenas para un negocio de café de gran formato. Por esta razón, muchos productores han tomado la decisión de erradicar 45.000 hectáreas solo en el Eje Cafetero, para dedicarlas a otras actividades.
Las amenazas por el lado de los costos son grandes. La mano de obra se ha encarecido en el Eje Cafetero, precisamente por el éxito del café durante décadas, que permitió a los hijos de los campesinos de la zona educarse y migrar buscando mejores horizontes. Hoy la población rural de esos departamentos no supera el 22%, mientras que en Huila, Cauca y Nariño, el ‘Nuevo Eje’, supera el 50%. Por lo tanto, allí es escasa la mano de obra, mientras en el sur es abundante. Adicionalmente, la informalidad en la relación laboral se torna insostenible con los estándares de la sociedad colombiana, y nuestros compromisos con la comunidad internacional. Pero además, hace 10 años un trabajador formal costaba US$150 mensuales, y hoy vale US$450.
Sin embargo, para el minifundista el café es la redención; es encontrar una forma de vida y bienestar que no le ofrece otra actividad. En los mismos 10 años, 45.000 nuevos campesinos han sembrado 100.000 hectáreas en pequeñas parcelas, en el ‘Nuevo Eje’ del sur del país, que producen un excelente café, diferenciado por calidad y remunerado con mejor precio, lo que también ayuda a explicar dicho crecimiento. Por lo tanto la crisis es mas de modelo de producción.
Todo esto nos lleva a pensar que es el momento de producir un cambio en el uso de la tierra por parte de esos empresarios cafeteros, y solicitar al Gobierno un plan de conversión que contemple apoyos económicos para erradicar y para las nuevas siembras, una financiación adecuada y una adaptación de ese empresario para enfrentar lo desconocido, porque en ninguna otra actividad va a encontrar garantía de compra, asistencia técnica, mercadeo internacional y subsidios. El entorno descrito no permite continuar cuando la supervivencia depende de lo que se obtenga en un paro, y de la caridad pública.
Pensar en permanecer porque el café le ofreció bienestar a cuatro generaciones de nuestra familia, porque el negocio era rentable y fácil, porque el Gobierno llegaba incluso hasta devaluar para ayudar, porque gracias al café se desarrolló nuestra región, porque era el gran generador de empleo en el campo y la mano de obra era abundante y barata, es una ilusión. El pasado no se repite y tenemos la obligación de cuidar el patrimonio y volverlo productivo.
Para una región, no depender del café es un signo de progreso y no de decadencia.
Decía Tony Judt: “se mide el grado de esclavitud en el que una ideología mantiene a un pueblo es por la colectiva incapacidad de este para imaginar alternativas.”