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Voceros de los ganaderos, preocupados con el riesgo de aftosa en animales traídos de Venezuela, tienen razón: las fronteras deben ser efectivas para este propósito y muchos más. El problema de fondo es claro: el Estado no ejerce de manera real el monopolio del poder coercitivo en la periferia. No es posible el desarrollo armónico mientras esta inaceptable circunstancia no se corrija. Hacerlo tendrá costos inevitables, pero se verá justificado en buena parte por los beneficios para las regiones y sus pobladores.
Lo más notorio en economía rural en Colombia hoy es que tres cuartas partes del área en ganadería deberían estar en agricultura, y en buena parte en cadenas agroindustriales de valor agregado. La falta de política de Estado, la deficiente infraestructura vial en comparación con países de desarrollo similar y la inseguridad son graves obstáculos para aprovechar la tierra en forma adecuada.
La política para el sector productivo en general debe comenzar por actuar con rigor en lo fiscal y monetario, para que la tasa de cambio del peso sea estable y permita establecer cadenas de valor con apoyo en ventajas comparativas potenciales. Sería deseable que la autoridad monetaria fuera independiente, sin participación de ningún agente del gobierno en las decisiones; hoy la junta directiva del Banco de la República tiene como presidente al Ministro de Hacienda. Además, debe involucrar el impulso al conocimiento necesario para materializar posibilidades que tengan fundamento en ciencia y tecnología, y en el caso del agro la construcción y mantenimiento de sistemas viales adecuados, incluidas vías terciarias.
Es preciso revisar criterios: la unidad mínima de explotación económica en el agro viene en aumento en el mundo desde hace tiempo, para aprovechar beneficios de tecnología que requieren economías de escala. El campo del siglo XXI no tiene la posibilidad de generar empleo de épocas pasadas. Es asunto técnico, aunque caben cultivos muy intensivos en trabajo de elevada calificación, en productos de muchísimo valor agregado. Debe hacerse a un lado la ilusión urbana de que el campesino, amante de su ámbito, no lo cambia porque ha crecido en relación simbiótica con la naturaleza, y reemplazarse por el entendimiento de que las concentraciones de población en ciudades densas generan oportunidades para prestar servicios en forma eficiente a costo menor por beneficiario, y que es apenas normal la aspiración de quien hoy es campesino a tener acceso a servicios que no llegan a su sitio de residencia porque saldrían muy costosos.
Es importante revisar ventajas comparativas para establecer qué oportunidades caben para la agricultura y la ganadería en cada sitio. No debe olvidarse la importancia de la agricultura de precisión, que distingue cada pequeña parcela para propósito de escoger cultivo y prácticas a realizar: el suelo suele no ser homogéneo. Además, la tarea de explorar nuevas oportunidades es ineludible: a medida que un país progresa y su moneda se fortalece como reflejo del aumento de su productividad relativa será preciso involucrar cada vez más tecnología y menos mano de obra no calificada. El reto en las cadenas agroindustriales en el campo y la ciudad es hacer las cosas bien y asumir las consecuencias, que a veces evocan a Sísifo: hay que cargar la gran piedra hasta la cima para dejarla caer una vez se llega a ella.