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Establecer propósitos y estrategias para organizaciones con destinatarios de sus bienes o servicios es necesario para evaluar su desempeño. Las instituciones son conjuntos de procesos con propósito y restricciones. Sus miembros están vinculados por reglas, pero también por sentimientos fruto de la interacción cotidiana. Afectos y desafectos inciden en el desempeño; lo formal alimenta lo informal y viceversa.
En el ámbito de las sociedades con ánimo de lucro el criterio para juzgar el desempeño de corto plazo es sencillo: se calcula el resultado como la diferencia entre ingresos, de una parte, y costos y gastos, de la otra, el flujo de caja que se genera y la posición financiera, que es la diferencia entre lo que tiene y lo que debe. Todo esto debe cuadrar, pero las evaluaciones no se pueden limitar al corto plazo: es preciso también estimar el impacto de las decisiones y su ejecución en el largo plazo, con métodos establecidos, apoyados en la estimación del valor para los accionistas según proyecciones financieras bajo distintos escenarios. Por supuesto, siempre cabe la incertidumbre. El desempeño individual y de cada eslabón de la cadena de valor también se debe medir, con no más de tres o cuatro variables que resuman el resultado de la labor de la persona o el grupo, siempre con el objetivo del conjunto como marco de referencia. El máximo valor del conjunto no necesariamente coincidirá con el de cada uno de los equipos: con frecuencia procede sacrificar un poco de lo de cada equipo para lograr lo mejor para la institución.
En el universo de lo público la conciliación de objetivos no es tan fácil: aplicar los principios de respeto y solidaridad para construir sociedad sostenible requiere negociación, porque los horizontes son diferentes según la edad y porque siempre habrá divergencias en torno al modelo de convivencia ideal: en primer lugar el mundo cambia de maneras inesperadas y en segundo lugar las prioridades de las personas, más allá de ciertas reglas básicas, que conforman el lindero de lo penal, son diferentes. Tras convenir propósitos, estrategias, procesos y organización cabe establecer indicadores.
Para completar el cuadro, en toda institución es necesario revisar la disposición de los miembros del equipo hacia el logro de propósitos compartidos y la construcción de relaciones interpersonales. Esto último no se debe mirar como destreza para el teatro: el propósito de convivencia sostenible se fundamenta en la búsqueda de la verdad.
Los cambios tecnológicos del siglo 21 obligan a revisar el alcance de la institucionalidad educativa para proteger el valor laboral de toda la población: hacia adelante toda la población deberá actualizar conocimientos y adquirir nuevas destrezas en forma permanente, pues muchas actividades se verán afectadas por los cambios. Esta realidad obligará a asignar mayor valor social al maestro, con el reconocimiento necesario para que la profesión atraiga talento, y al compromiso de tiempo de toda la población del planeta para mantener su vigencia. Sin transformación constante y acertada de todos los asociados podrá ocurrir que quien ha sido calificado en determinado momento como sobresaliente por el cumplimiento de objetivos resulte deficiente muy poco tiempo después: el desempeño depende del contexto. El resultado, al final, dependerá de cada uno y de todos.