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La reflexión económica es arte más que ciencia, así se apoye en las matemáticas: requiere intuición en la selección de conceptos para formular modelos que expliquen o pronostiquen; distintas circunstancias exigen enfoques diferentes. De allí la importancia de revisar la historia, para entender lo específico en cada momento y hacer inferencias. La economía de Occidente moderno surgió en la cuenca mediterránea, impulsada por los vínculos comerciales entre las ciudades de la península itálica y Oriente, ámbito mucho mayor, pues abarcaba todo el territorio desde el imperio otomano hasta el chino. En el siglo 12 hubo una verdadera revolución comercial, que alimentó ruptura cultural con lo prevalente en la edad media.
El sistema político fundado en ciudades fue sustituido a partir del siglo 16 por la prevalencia de países, algunos con gobierno central débil, como Alemania y los establecidos en Italia, y otros fuertes, fundados en el poder absoluto del monarca, como los de Francia, Inglaterra, España y Portugal, con capacidad efectiva para gravar con impuestos a personas y bienes, y controlar la moneda. La ideología liberal afloró con la revolución gloriosa de Gran Bretaña a finales del siglo 17, se vinculó a la democracia en América desde fines del siglo 18 y se consolidó con la abolición de la esclavitud en el siglo 19.
En los años 30 del siglo 20 M. Kalecki y J. M. Keynes formularon de manera independiente las bases de la macroeconomía, cuyo indicador clave es la evolución del producto interno bruto de los países concebidos como sistemas autónomos desde la perspectiva fiscal y monetaria. El ingreso en esa aproximación se define como la suma de los consumos finales, la inversión en capacidad productiva para atender necesidades nuevas o crecientes, y el gasto gubernamental.
Al agregar la diferencia entre exportaciones e importaciones se calcula el producto nacional bruto. El mundo vivía la Gran Depresión, que duró desde el colapso de la bolsa de Nueva York en 1929 hasta la segunda guerra mundial. El proceso de integración mundial había perdido impulso desde 1914, cuando comenzó la primera guerra. Las economías eran cerradas, con protección a la producción del respectivo país. Al terminar la segunda guerra EE.UU., potencia dominante con casi 40% del producto del mundo, impuso instituciones económicas internacionales fundadas en la premisa de equilibrio de estado estable, que no corresponde a la realidad, más bien turbulenta.
En el último medio siglo las economías se ha abierto de manera notable: se flexibilizaron las tasas de cambio, el comercio internacional se fortaleció con la captura de economías de escala en el transporte marítimo y la revolución en comunicaciones, el flujo internacional de capitales se multiplicó, las cadenas productivas vincularon a comunidades en todo el planeta y la participación del Estado en el PIB aumentó a 30% o más. Subsisten fuentes de distorsión, como la protección a la agricultura en países desarrollados, y linderos sin fundamento ético, pero en todo caso el desempeño de las regiones, el impulso a la educación y la ciencia para enfrentar discontinuidades en las prácticas de consumo y evitar la obsolescencia, y el acertado diseño de instituciones públicas en todos los órdenes, idóneas en lo político, lo económico y lo ambiental, son tareas prioritarias, cuya atención exige creatividad y rigor.