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Economía y política están más ligados hoy que en toda la historia anterior. El comercio y los flujos de capitales son de dimensiones sin precedentes, y el peso relativo de hacer leyes y pronunciamientos judiciales, educar y proveer infraestructura es hoy mucho mayor que en otros tiempos. A la integración contribuye la reducción de los costos de producción y logística por la tecnología. Para participar en forma plena de los beneficios al alcance de la humanidad en esta época es preciso tener la preparación adecuada; en la economía globalizada compiten las firmas que conforman el capital o capacidad productiva de bienes y servicios, y las ciudades región, donde se materializa la inversión y se alberga el trabajo.
En el caso de Colombia la circunstancia actual es preocupante: la deficiente educación, el mal diseño de los procesos públicos en general y la falta de consensos sobre las tareas a ejecutar para aprovechar las ventajas comparativas de cada comunidad son obstáculos formidables. De allí las paradojas: la economía nacional depende del petróleo pese a que nuestro papel en los mercados de crudo y derivados es muy menor: abundan expresiones de inconformidad contra los sesgos de los pronunciamientos judiciales pero no contra las deficiencias en la formación y operación del legislador, que alimentan la falta de independencia de las cortes, el centralismo asfixia en lo público y lo privado, los delitos no tienen castigo y proliferan los incentivos a apropiarse del patrimonio público. Todo ello conspira contra la economía, pues promueve la ineficiente asignación de recursos, con efectos nocivos sobre la competitividad del aparato productivo. Así las cosas, el gasto público de hoy solo contribuye al ingreso del período en curso, pero no facilita el aumento en períodos futuros.
La protección a la producción nacional vigente hasta 1990 no era sostenible: la reproducción del capital era muy difícil por la escasez de divisas, y los recursos escasos se orientaban a todos los subsectores de la industria, así no tuvieran perspectivas de ventajas comparativas. El país se abrió al comercio y liberó su moneda pero, como el grueso de Latinoamérica, no se ha vinculado a la gran integración social y económica en curso desde la posguerra. El aumento en productividad mundial tuvo el impulso de la reconstrucción de Europa Occidental y Japón bajo los auspicios de Estados Unidos hasta principios de los 70. Después vino el crecimiento de las economías asiáticas, en particular China desde 1978, cuando se modificó el sistema económico y se abandonó el dogma estatista en favor de un complejo esquema en el que 80 millones de miembros del partido comunista controlan la vida de toda la población pero se impulsa la iniciativa privada, la inversión extranjera y la acumulación de capital privado.
El planeta está en evolución hacia integraciones de creciente complejidad que favorecen el desarrollo económico y social con las naturales fluctuaciones derivadas de los ciclos de negocios. Latinoamérica y África, con excepciones como Chile, todavía no se han involucrado en el pensamiento globalizado, paso necesario que no conlleva olvidar lo propio sino consolidarlo para articularlo con el resto del mundo. Colombia debe pensar de manera consistente con estas realidades para derrotar la pobreza y la desigualdad y enfrentar los retos ambientales.