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La educación es el conjunto de procesos que facilitan aprender a aprender. Las políticas públicas acertadas en esta materia son decisivas para reducir las enormes diferencias en ingreso y oportunidades existentes, y para abordar las crecientes exigencias de preparación necesarias para aprovechar la tecnología contemporánea. La reducción de desigualdades se debe lograr sin perjudicar a nadie, en tanto que los cambios permanentes en los procesos de producción, distribución y consumo de bienes y servicios obligan a la sociedad a ajustarse: se requiere educación continua para toda la población para mantener la capacidad de generar ingresos en contraprestación por el trabajo.
La prioridad en materia educativa debe asignarse a los primeros 7 años de vida, determinantes para todo lo que sigue; exigen atención de jornada extensa, para ofrecer atención integral a las necesidades individuales de aprendizaje y además facilitar el trabajo de los padres. La educación básica, entre los 7 y los 14, tiene mejores resultados si hay foco en pocas materias muy bien abordadas: leer y escribir, hacer cuentas atadas a la vida cotidiana, conocer diversas culturas y aprender lenguajes, y construir bases en ciencias naturales. La educación media, de los 14 a los 17, implica apoyo para decisiones vocacionales con varias opciones para cultivo en forma simultánea, y elementos de tecnología relacionados con cada una.
La tarea educativa exige decisiones complejas: el subsidio a la demanda para la educación media permite crear un mercado competitivo, con motivación hacia la búsqueda de la excelencia. Sin embargo, para la educación preescolar, la básica y la continua es deseable que las instalaciones físicas sean parte integral de la vida de la comunidad, con facilidades para la recreación y el cultivo del cuerpo en forma ordenada, vinculada a programas de salud. De otra parte, la educación superior debe articularse con la media para ofrecer opciones tecnológicas según las necesidades laborales previstas por las empresas establecidas en la región.
Convertir esquemas en realidades exige reconocer limitaciones presupuestales. De allí la importancia de diseñar instituciones idóneas. Debe haber pautas claras emitidas por el gobierno central, y mecanismos para capacitar y evaluar de manera permanente a docentes, cuya contribución es determinante para los resultados. Sin embargo, la gestión debe descentralizarse y la comunidad debe involucrarse en ella, pues del proceso educativo dependerá su futuro. Los recursos disponibles para lograr resultados dependerán de la eficacia para construir capital social atractivo para la inversión en capital físico.
Los países de Latinoamérica tienen pésimos resultados en las pruebas internacionales de egresados de educación media. La pugna entre el respectivo ministerio y el sindicato de docentes es elemento central de la gestión de la educación pública básica y media. Además hay tendencia populista a invertir recursos excesivos en educación superior con discutible eficiencia. Los padres de familia no se consideran sujetos de procesos educativos para impulsar el buen desempeño de sus hijos y además preservar su valor laboral. Todo ello requiere revisión urgente. El mundo ofrece oportunidades pero también exige esfuerzo educativo de todos para preservar la democracia y, con ella, la innovación, para permitir la libertad y prosperidad de nuevas generaciones.