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Los humanos estamos cada día más conectados. La tecnología ha impulsado transformaciones revolucionarias en el último cuarto de milenio, con efectos muy importantes en la vida de los humanos, cuyas consecuencias aún no están claras. Se han facilitado el comercio internacional, el libre flujo del capital y la movilidad del trabajo, esta última pese a restricciones de carácter normativo y cultural. Además, se ha impulsado la construcción de culturas que desbordan fronteras. La participación de lo público en la economía ha aumentado de manera notoria, al tiempo que el concepto de soberanía, fundamento de la presunta autonomía de los países está en crisis por la interdependencia. Así las cosas, el orden establecido hace menos de 80 años, tras las guerras mundiales, con el cual se selló el fin del esquema imperial de Occidente construido desde el siglo 16, es inadecuado hoy.
Las decisiones, en lo público y lo privado, dependen de la percepción de futuro que tengan quienes asuman responsabilidades. Las cosas cambian por obra de la naturaleza, la innovación tecnológica y la evolución en formas de pensar, pero lo público no se revisa en forma oportuna, en particular porque quienes las administran pueden no tener interés en ajustar estrategias, procesos y estructura. En contraste, en las instituciones privadas es más fácil alinear objetivos de mandantes y administradores, y la revisión de procesos y estructura es permanente y sistemática.
Un mundo mejor organizado ofrecería oportunidades de crecimiento económico, desarrollo social y mejor gestión de riesgos. La administración acertada exige delegación: las decisiones son complejas porque los cambios son rápidos y evaluar opciones requiere destrezas cultivadas. La participación universal en la formación de normas requeriría mejoras sustantivas en materia educativa básica y media, y educación continua para todos. La norma fundacional debe definir quién hace las demás normas. Debe ser precedida por un esfuerzo preparatorio. El acierto ofrecerá elevada probabilidad de éxito en la construcción de un nuevo mundo, en el cual será preciso aprender a convivir bajo la premisa de que la diversidad es necesaria, con respeto y solidaridad en lo pertinente. No habrá soluciones definitivas, pero sí caminos mejores que otros, y más fluidos si nadie pierde.
Arreglar el orden mundial permitiría reducir desigualdades, como consecuencia del crecimiento rápido inducido por la mejor asignación de recursos, a raíz de la integración de países. Sería de esperar menos distorsiones en los instrumentos financieros en ambiente menos volátil, lo cual facilitaría la financiación de la vejez, condición en aumento. La gran paradoja es que solo será fácil persuadir sobre ajustes radicales para producir bienestar si los problemas ambientales ponen en jaque a la especie humana, si el costo de conflictos étnicos, religiosos y políticos se vuelve intolerable, o si las diferencias perceptibles en bienestar por cuenta de los cambios tecnológicos se hacen demasiado marcados. La dilación para actuar puede implicar restricciones a libertades hoy consideradas fundamentales. Por lo pronto, los países bolivarianos, con deficientes sistemas políticos, potencial de crecimiento rápido y sin historia de conflictos serios que impidan su integración política y económica, podrían mostrar al mundo cómo la unión hace la fuerza.