Analistas 22/03/2025

Energía y medio ambiente

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente
La República Más

Con la revolución industrial la humanidad amplió el abanico de fuentes de energía. Hoy afloran dos incógnitas relevantes: cómo asegurar lo necesario para lograr bienestar universal, y cómo mitigar el impacto nocivo para el ambiente de fuentes perturbadoras. Caben muchas combinaciones de fuentes, usos y consecuencias. La importancia del asunto obliga a los aspirantes al solio de Bolívar en 2026 a compartir sus propuestas con la ciudadanía.

Las sustancias fósiles son la fuente más utilizada en el mundo hoy. Los principales usos son en transporte de carga y pasajeros, generación de electricidad y mitigación de calor o frío en latitudes donde hay veranos e inviernos. La población en Colombia tiene clima estable todo el año, en zonas cálidas, moderadas y frías, pero no extremas. Casi 75% de la generación eléctrica en el país es hidráulica, de impacto moderado en el ambiente, e irrisorio para efectos de acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

El país acometió desde hace seis décadas la interconexión eléctrica con red de transmisión eficiente a alto voltaje para atender las necesidades del grueso de sus habitantes. Desde los años 90 funciona un esquema eficaz para mitigar el riesgo de insuficiente suministro, con regulación que remunera la transmisión y la distribución como monopolios regulados y vigilados, y la generación y la comercialización como actividades que permiten competencia. Hay subsidios para los consumidores de estamentos vulnerables con compensación fiscal a las firmas comercializadoras según el perfil de sus usuarios, con resultados aceptables. La regulación incluye subastas para asegurar rendimiento a los inversionistas cuya adición a la capacidad de generación aporte firmeza al suministro futuro, y asigna recursos para mejorar el suministro de electricidad a las zonas no interconectadas en la periferia.

El crecimiento económico de las últimas tres décadas ha sido modesto, muy inferior a lo necesario para hacer de Colombia país desarrollado algún día, y las cadenas productivas que consumen energía en grandes cantidades han perdido participación en la economía. Es preciso cambiar estas tendencias y, al tiempo, asegurar la energía para apoyar el crecimiento rápido sostenido requerido para reducir pobreza y desigualdad, y lograr el ingreso requerido para acometer inversiones con el fin de mitigar el riesgo ambiental que la especie enfrenta.

Habrá muchas formas de abordar estos asuntos, con potencial para centrales hidroeléctricas de tamaños diversos y parques eólicos y solares, sin desestimar los recursos fósiles en forma prematura. Las estrategias deben tener en cuenta el modesto impacto actual de Colombia en el problema de calentamiento global, y las posibilidades de vender combustibles fósiles mientras tengan valor comercial.

Además, deben engranar con planes económicos ambiciosos, con mayores consumos por habitante, e inversiones sociales aún no especificadas que incluirán rediseño de urbes y mejor transporte masivo de pasajeros, infraestructura eficaz para transporte intermunicipal, y programación más eficiente de actividades relacionadas con educación, recreación y salud.

En los próximos años será decisivo acertar en materia energética para mitigar las consecuencias del legado del gobierno actual, que no entiende ni valora lo precedente, y toma decisiones irresponsables. Los aspirantes tienen la palabra.