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La humanidad enfrenta nuevos retos. Uno muy prominente es el envejecimiento generalizado: la expectativa de vida aumenta, la tasa de natalidad cae, el número de habitantes en un territorio se estanca o declina, y la población en edad de trabajar se reduce. El primer caso de envejecimiento protuberante, con enormes consecuencias prácticas, ha sido el de Japón. Su ingreso por habitante era superior al de EE.UU. a mediados de los años 80 del siglo 20, pero el sistema de seguridad social ofrecía coberturas muy limitadas para los riesgos de invalidez, vejez y muerte. Hoy el ingreso por habitante en dólares corrientes es la mitad del americano, y la deuda pública dobla el producto interno bruto, lo cual puede ser insostenible, pese a los esfuerzos para aumentar la productividad entendida como valor agregado por hora trabajada. La razón de esta preocupante situación es clara: más de 25% de la población excede 65 años. Japón es país desarrollado, con magnífica educación pública, instituciones políticas robustas, riqueza cultural fundada en muchos siglos de historia y economía cimentada en la exportación de productos con importante componente de tecnología. Ha establecido sobre la marcha sistema de protección social comprensivo, pero el problema subsiste, y el costo de los servicios de salud y atención a necesidades de la vida cotidiana aumenta en forma exponencial en función de la edad, a partir de cierto punto. Japón es hoy el país de más expectativa de vida.
Cabe reflexión sobre otros casos. China, cuya población ya empezó a contraerse, tiene todavía mucho espacio para el crecimiento de la economía, pues su ingreso por habitante es solo un cuarto del de EE.UU., pero su sistema político totalitario puede ser obstáculo para la innovación hacia el futuro, necesaria para mantener altas tasas de crecimiento y así mitigar el impacto de los cambios demográficos. En Occidente se ha reducido el efecto nocivo del envejecimiento con el apoyo de inmigrantes legales e ilegales; en el proceso han asumido el costo de fracturas sociales, en algunos casos con conflictos étnicos y religiosos.
En casi todo el mundo la tasa de natalidad ha declinado de manera significativa; se exceptúan los países de África al sur del Sahara. Latinoamérica aún no percibe las consecuencias del envejecimiento pero ya es inexorable y va a ser difícil de afrontar por la enorme proporción de población activa en la economía con trabajo informal, sin protección adecuada para enfrentar la vejez. En Uruguay y Chile es menos de 30%, pero Bolivia la informalidad suma 80% de la población activa, en México, Colombia, Perú, Ecuador y Guatemala a más de la mitad, en Argentina a casi la mitad y en Brasil a 40%.
Los problemas por el envejecimiento se podrán reducir más adelante si la brecha entre expectativa de vida y vida productiva se estabiliza y se formaliza el trabajo en el mundo. Las tareas para llegar allá competen a todos e implican capacitación permanente universal. Entre tanto, será necesario buscar nuevos ordenamientos del mundo para elevar la productividad y, al tiempo, asegurar la subsistencia de toda la población con combinación de ahorro individual y mecanismos solidarios.
No es posible evitar las consecuencias de nuevas realidades, ni razonable continuar con el crecimiento poblacional desbordado del último siglo, con costo ambiental no resuelto. Hay mucho por hacer…