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El ingreso crece con la población activa y la productividad, concepto que corresponde al valor agregado por hora trabajada. En casi todos los países la tasa de crecimiento poblacional se ha reducido en las últimas décadas a niveles muy bajos, pero la expectativa de vida ha aumentado, y por ende la proporción de la tercera edad, que no es muy productiva, ha aumentado.
La productividad ha crecido desde la revolución agrícola en el neolítico, hace 10.000 años, y sobre todo, desde la revolución industrial, iniciada a finales del siglo 18 y aún en curso.
La tecnología tiende a aumentar brechas: quien tiene conocimiento pertinente gana y quien no adquiere destrezas laborales para participar en procesos de productividad creciente pierde. Reducir las desigualdades derivadas de la tecnología exige establecer educación continua para toda la población.
El ingreso tiende a concentrarse, porque no se aprovecha en forma debida la mayor oportunidad para crecer el valor del trabajo: el Producto Interno Bruto agregado del mundo aumenta muy por debajo de su potencial, porque su organización pública y privada es inadecuada para aprovechar las oportunidades que permitirían acelerar el crecimiento económico de países y de personas pobres.
Acabar con la pobreza requiere reconsideraciones de difícil materialización porque pueden no convenir a quienes detentan poder político y económico. Los privilegios en materia impositiva y las protecciones a la producción doméstica inducen ineficiente asignación de recursos. Las instituciones públicas tienden a burocratizarse, y las personas en la cúpula son transitorias.
Entre tanto, el tamaño necesario del Estado tiende a aumentar por su papel en la educación y en los servicios de salud, con incidencia en la productividad individual y, en consecuencia, en la remuneración probable, y en la provisión de servicios de seguridad, justicia e infraestructura, todos de costo creciente.
Por su parte, el sector privado en escenario de crecimiento rápido buscaría recursos de capital fresco en el mercado. Se valorizarían los ahorros pensionales, habría más orientación a regular con acierto monopolios y oligopolios, y las empresas tendrían más interés en construir confianza en su ética.
El mayor ingreso resultante del crecimiento más rápido reduciría la proporción de la población con necesidades de subsidios humanitarios, la informalidad y la incertidumbre individual. Además, facilitaría la construcción de malla protectora sólida para la población en condición vulnerable irremisible, y permitiría enfrentar de manera efectiva las responsabilidades ambientales por el aumento poblacional y la desmesura en el uso de combustibles fósiles en el último cuarto de milenio.
Aunque el crecimiento rápido y sostenido del ingreso incidiría de manera positiva en el valor del trabajo, todo tiene límite: la productividad se estancaría a partir de cierto nivel, a menos que se construya conocimiento científico.
La igualdad, así sea solo de oportunidades, es propósito inalcanzable por la diversidad genética y la educativa, pero la batalla por buscarla es imperativa. El análisis racional de decisiones apunta a la conveniencia de grandes reformas institucionales, con equilibrio entre lo público y lo privado y entre lo local y lo global, para evitar excesiva desigualdad y tener futuro.