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La intimidad es derecho fundamental, vulnerado por entidades que procesan información, detectan patrones de preferencias, y se apoyan en ellos para inducir conductas y manipular voluntades. Puede protegerse mediante regulación que impida el uso no autorizado de información y evite la detección de características individuales a partir de coincidencias de características en bases de datos que permitan deducir la identidad. Sin embargo, tampoco tiene sentido la intimidad sin limitaciones, pues la provisión de cobertura universal en servicios de salud y educación exige la posibilidad de acceder a la vida de cada persona en lo pertinente y verificar el cumplimiento de conductas necesarias para asegurar la eficacia del servicio, en beneficio de todos.
El interés general puede entrar en conflicto con el derecho individual, y no es fácil definir criterios para decidir en situaciones específicas.
Toda conducta de cualquier humano incide en el ecosistema. Algunas tienen efectos de ínfima magnitud para los demás, en tanto que otras pueden perturbar de manera significativa mientras duran, y las hay que incluso causan perjuicio permanente, así su ocurrencia sea de poca duración. La población humana se ha multiplicado por diez desde comienzos de la revolución industrial, y la expectativa de vida se ha doblado. Esto significa que el sostenimiento de la especie requiere cada día más recursos, algunos de ellos sin costo aparente pero con riesgo de deterioro, como el agua de los mares en proceso de acidificación.
El contexto obliga a seria reflexión: el sueño liberal del progreso individual ilimitado no es factible. La mejor opción para cada miembro de la especie considerado de manera separada puede implicar deterioro para los demás, o al menos pérdida de oportunidad de forma que la haga indeseable. Como no hay capacidad para modelar el sistema humano de manera completa, es difícil la evaluación sistemática y permanente del costo social asociado a las decisiones individuales. La reducción drástica de la tasa de natalidad ocurrida en Europa, América, Asia Oriental y el subcontinente indio hará menos compleja la subsistencia de la humanidad, pero el cambio de patrón de conducta deberá extenderse a África al sur del Sahara, donde la población crece a tasas muy altas, similares a las de Latinoamérica hace medio siglo.
Además, las comunicaciones modernas permiten conocer cómo son los consumos de los países desarrollados, que conllevan usos de energía demasiado altos para replicarlos en el orbe entero: la necesaria reducción de las desigualdades obligará a revisar el diseño de las formas de convivencia para hacerlas más racionales: la libertad no solo está restringida por propuestas políticas intolerantes, sino también por exigencias éticas de importancia. De allí la necesidad de ampliar los horizontes de quienes asumen responsabilidades centrales en la institucionalidad pública y privada del mundo: su primer propósito hoy es sostenerse, lo cual conduce a uso de recursos con propósitos de corto plazo.
No todo es sombrío: mejorar la calidad de la educación puede frenar la desmesura del capricho individual, sin restringir la creatividad sostenible. El conocimiento puede facilitar la construcción de caminos individuales de fácil conciliación con lo social. El fin de una ilusión puede ser puerta de ingreso a mejores perspectivas. El futuro depende de todos.