Analistas 17/04/2025

La humanidad entera

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente
La República Más

La población del mundo pasó de 2.000 millones a 8.000 millones entre 1945, al terminar las guerras mundiales, y 2025. Hace ocho décadas, 50% de la humanidad era analfabeta; hoy, casi todos los mayores de cinco años pueden leer y escribir. El comercio creció en forma sin precedentes en las últimas tres décadas, y la tecnología permitió comunicación instantánea en casi todo el planeta.

La población tiende a estabilizarse excepto en África al sur del Sáhara. De Asia y África han fluido a Europa Occidental en el último medio siglo millones de personas para acometer tareas de remuneración modesta, en tanto que la población raizal ha envejecido; ello ha desembocado en fracturas sociales y culturales. También a EE.UU. han llegado migrantes de Latinoamérica y el Caribe, con más disposición a la integración, pero enfrentan la imputación de inducir reducción en la remuneración laboral, situación causada más bien por la tecnología, fuente de mayor productividad, pero también de desigualdad, que los sistemas de educación no mitigan en forma adecuada.

Hay problemas sin precedentes. La expectativa de vida ha aumentado mucho más que la vida laboral: la población improductiva es proporción creciente del total. El abuso de los fósiles podría desembocar en inundaciones costeras catastróficas hacia finales de este siglo, y en acidificación de los océanos, con implicaciones complejas para la vida marina. Hay armas de destrucción total. El capital fluye con libertad a través de las fronteras, pero hay restricciones legales y culturales para el flujo del trabajo. Los países son incapaces de contener las ambiciones desmedidas: las empresas productoras de fármacos enfrentan dilemas que pueden resultar en desaciertos éticos, las procesadoras de información pueden violar el derecho a la intimidad, y las finanzas tienen participación creciente en el ingreso. Los patrimonios culturales no se valoran; todo apunta al empobrecimiento de la estética y la victoria del arbitrio individual. La prioridad de los gobernantes es su permanencia.

Los problemas desbordan las instituciones políticas, fruto de la historia e inadecuadas ante los retos. Desde la conferencia de San Francisco (1945) el número de países se ha cuadruplicado, y no se forjan integraciones eficaces para propiciar el flujo libre de bienes y servicios en ámbitos mayores, y así hacer más eficiente el uso de recursos escasos. La democracia liberal, consenso en la posguerra en contraste con sistemas totalitarios, hoy despierta menos entusiasmo; la emoción nacionalista en boga, además de inducir ineficiencia, puede desembocar en violencia. Occidente, depositario del legado de la Ilustración, parece preferir el ocio y el turismo como propósitos sociales, mientras el sistema totalitario chino avanza en la tarea de asegurar recursos en países de inferior desarrollo.
Latinoamérica, hija de Occidente, no tiene papel relevante en este escenario. Los problemas no se abordan, las oportunidades no se aprovechan, los países no se organizan para impulsar el progreso, y no se aprovechan en la gestión pública las experiencias del capital internacional, construidas durante cuatro siglos para ofrecer confianza a acreedores e inversionistas mediante procesos eficaces para planear, ejecutar y controlar. Se buscan redentores, en vez de instituciones sólidas.

La tarea mundial hoy es construir reglas acertadas para la epopeya de los humanos.