MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Somos demasiados, sometemos recursos escasos a presiones absurdas para lograr el crecimiento económico y nos creemos de mayor categoría que las demás especies. Hemos convenido que aumentar el ingreso, o suma del valor de los consumos, la inversión y los gastos de gobierno, es propósito central, pero en las últimas cuatro décadas hemos concentrado la riqueza de manera que puede ser fuente de fracturas sociales innecesarias. Se podría concluir que estamos empeñados en construir sistemas sociales articulados por el comercio y las finanzas pero insostenibles desde lo social y lo ambiental. El asunto de mayor importancia, por supuesto, es el aumento poblacional, de 800 millones de personas en la época de las revoluciones americana y francesa a finales del siglo dieciocho, a 7.500 millones hoy. Esta dinámica, aunada al mayor consumo per cápita, hace inevitable el uso de más área para cultivos y para la convivencia en contexto urbano, que incluye vivienda, trabajo, recreación y transporte, en detrimento del resto de especies.
Nuestra masa hoy excede la de la suma de todas las hormigas y termitas, e incurrimos en conflictos innecesarios con facilidad. Hemos desarrollado lenguajes poderosos pero no somos capaces de comunicarnos de manera eficaz para suprimir el riesgo de conflictos innecesarios; por el contrario, cultivamos la producción de armas de destrucción total como si las necesitáramos para controlar el crecimiento desmedido del número de humanos. Además hemos conservado la capacidad de matar en nombre de fuerzas superiores, a pesar de que las describimos como vehículos de armonía, y toleramos la desigualdad extrema, a pesar de que combatirla sería incluso conveniente para el crecimiento del capital. Nos hemos ordenado en países, unidades políticas cuya heterogeneidad hace difícil aprovechar las oportunidades para capturar sinergias, pero combatimos la migración internacional alimentada por las evidentes diferencias en nivel de bienestar material.
Llegó la hora de asumir las consecuencias de la desenfrenada carrera en pro del hipotético bienestar a expensas de la sostenibilidad. Hay que encontrar formas de conciliar objetivos, pues el impacto en el ambiente puede incluso desembocar en nuestra desaparición prematura. Así, si bien son muchos los factores que inciden en el clima, la parte imputable a nosotros podría tener consecuencias fatales: el uso de los depósitos de fósiles como combustible durante los últimos dos siglos ha tenido como consecuencia práctica la acumulación de dióxido de carbono y metano en la atmósfera en cantidades tales que se inhibe la disipación de calor hacia afuera de la atmósfera que rodea nuestro planeta; si los demás factores climáticos no producen milagros que neutralicen nuestra intervención, la consecuencia del aumento de gases de efecto invernadero desembocará en el derretimiento de las capas de hielo en los polos, con inundación de zonas costeras, fluctuaciones climáticas bruscas y acidificación de los mares.
En contraposición, hoy se pueden construir los ordenamientos políticos adecuados para evitar enormes perturbaciones que incluyen la extinción prematura por culpa propia. Tenemos las herramientas pero no queremos aprovecharlas, a sabiendas de que se puede mejorar la condición de casi todos los humanos sin deterioro de la de ningún otro. Olvidamos que la tarea es sobrevivir.