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La especie humana ha dado grandes saltos en el último cuarto de milenio: se multiplicó por diez, logró que casi todas las personas puedan leer y escribir, antes privilegio de élites, aumentó el consumo de energía por persona en más de 50%, dobló la expectativa de vida y postuló el ideal de la libertad fundado en derechos universales.
Sin embargo, se enfrentan serias contradicciones: el número de personas pobres se mantiene, así sea proporción mucho menor de la población total, la desigualdad se ha acentuado en el último medio siglo, persiste el riesgo de guerra con armas de destrucción total, y los gobiernos no parecen poder controlar al capital en industrias clave; en particular, se cuentan la farmacéutica, las armas y la tecnología de información.
Se destaca la perturbación al medio ambiente, en primer plano de la opinión por las consecuencias potenciales del abuso en el uso de hidrocarburos, pero también pesa el riesgo de perforar la capa de ozono que cobija la atmósfera, así se haya aminorado, y subsiste la presión para aumentar el área cultivada, con consecuencias nocivas para la biodiversidad; hay serias limitaciones para reutilizar residuos sólidos y la contaminación de fuentes de agua con residuos líquidos es serio motivo de preocupación.
En el trasfondo aparecen el desplazamiento tecnológico, que aumentará las diferencias en ingreso y bienestar, pero cuyas consecuencias pueden mitigarse, la reducción paulatina en la proporción productiva de la vida probable, como consecuencia del mayor tiempo preparatorio requerido para la funcionalidad laboral y el creciente envejecimiento improductivo, y el aumento de la población en países de África al sur del Sahara. Las diferencias en ingreso y oportunidades impulsan migración en escalas enormes, cuyo resultado en el país de destino es marginalidad y polarización.
Los problemas están relacionados: el crecimiento poblacional y el aumento del ingreso por habitante aumentarán el consumo de energía y la contaminación, el costo de los servicios de salud por habitante aumentará por el envejecimiento, el costo de la educación por habitante también crecerá para mitigar las implicaciones del desplazamiento tecnológico, y los esfuerzos para controlar la perturbación al medio ambiente son ineficaces.
Lo que hoy parece utopía será percibido muy pronto como necesidad: los sistemas políticos existentes son ineficaces, los países, unidades territoriales con pretensión de autonomía, solo miran el corto plazo; además no están organizados de manera coherente para evitar los problemas sociales derivados de la migración, impulsar el crecimiento y controlar al capital, que fluye con libertad por todas partes y cruza fronteras. Ni siquiera parecen capaces de renunciar a la guerra como mecanismo para resolver diferencias, pese a que hay otros caminos, menos costosos para todos.
Es necesario pensar nuevos esquemas, con instituciones políticas que cobijen a todos sin incurrir en el riesgo de control total. El proceso debe seguir fases ordenadas: integración de países, con uniformización de sistemas de seguridad social y aumento de movilidad laboral, formación de marco normativo mundial con legislador efectivo y poder coercitivo, y renuncia a la guerra. Las tareas solo se podrán llevar a cabo con gestión acertada, que excluirá gobiernos con una persona en la cabeza. El tiempo es oro para la humanidad.