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La economía política busca establecer qué se debe hacer, cómo hacerlo y para quién hacerlo con el fin de atender necesidades y expectativas de la sociedad. Es hija de la filosofía. Aborda relaciones entre personas, empresas y gobiernos. Es en cierto sentido ciencia porque tiene método, pero sobre todo es arte: sus modelos para explicar, proponer y evaluar se construyen en buena parte con conceptos definidos según las circunstancias. De allí su dificultad para definir objetivos y restricciones, convenir cuál es el valor óptimo de la función establecida como objetivo, cuál es el horizonte relevante y cómo se valora la dilación en el logro de propósitos. Estos interrogantes parecen abstractos pero es fácil ilustrar el asunto desde la perspectiva práctica: el propósito no necesariamente es máximo ingreso ni igualdad plena; puede haber numerosas combinaciones de ingreso y distribución.
Las restricciones no se limitan a recursos disponibles: hay asuntos éticos sobre los cuales no hay consenso: no es fácil definir el alcance del propósito de ofrecer oportunidades iguales. De otra parte, si la inversión privada y el gasto de gobierno de hoy inciden en el ingreso futuro porque la productividad dependerá de la combinación de nuevo capital fijo y construcción de conocimiento, no es fácil establecer cuánto debe cederse en posibilidades de consumo presente para facilitar un mejor mañana.
La economía orienta a las demás ciencias sociales en la búsqueda de herramientas para interpretar el mundo y hacer pronósticos. Ha habido numerosos intentos de ordenarla como ciencia positiva, pero la tarea es imposible porque su lenguaje es producto de reflexiones normativas. Ello no la degrada: le abre espacios para apoyar definiciones en ámbitos más allá de sus fronteras. Así, está claro que la competencia protege a los consumidores frente a los riesgos de abuso de los productores. Los economistas especializados en organización de industrias apoyan a los gobiernos y a la justicia para valorar el impacto de conductas. Sin embargo, el máximo bienestar del consumidor en el presente no es acertado objetivo social porque el mundo es dinámico. En general no es fácil establecer plazos para evaluar alternativas: la vida económica está sujeta a cambios imprevisibles, por innovación, propósitos políticos divergentes, y eventos de la naturaleza. Los beneficios y costos de diferentes opciones pueden tener perfiles diferentes en el tiempo. Todas las alternativas a evaluar están sujetas a incertidumbre. No está claro si el bienestar futuro debe pesar lo mismo que el presente.
Otra pregunta sin respuesta fácil es cómo remunerar el aporte de capital y trabajo en las tareas para capturar valor; el resultado quizás depende más del diseño mismo de la cadena que del esfuerzo individual de las personas. Además los resultados estarán vinculados a la calidad del gasto público en educación e infraestructura y al acierto en la interacción entre lo público y lo privado.
La economía responde a fuerzas en pugna por el control de territorios y poblaciones. Hoy las instituciones públicas de los principales países no valoran en forma debida retos ineludibles relacionados con el ambiente, el envejecimiento y la desigualdad, lo cual puede ser trágico. Así las cosas, las soluciones que la economía provee tienen serias limitaciones. Procede cultivar el sentido práctico para avanzar.