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Analistas 08/06/2024

Lograr desarrollo

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

El concepto de desarrollo ha evolucionado desde la posguerra, cuando floreció al terminarse los imperios occidentales. En ese momento el asunto era sencillo: los nuevos países, formados con base en definiciones establecidas desde las metrópolis de la era imperial, eran rurales y estaban muy atrasados en educación e infraestructura. Era preciso transformarlos para aprovechar sus ventajas comparativas relativas naturales y lograr que sus economías crecieran en forma rápida y sostenida. Lo correcto parecía ser proteger su producción para construir experiencia, de manera que pudieran más tarde competir en la arena internacional, con reducción paulatina de protección arancelaria y aumento de la remuneración al trabajo como consecuencia de productividad creciente.

El mundo era diferente: hasta principios de los años 70 funcionaba el sistema convenido en 1944 en Bretton Woods por EE.UU. y Gran Bretaña. Las tasas de cambio eran fijas: solo se modificaban si se presentaban desequilibrios fundamentales en las condiciones de las economías, y había tasa fija para conversión del dólar americano en oro. Los problemas de liquidez internacional se resolvían con apoyo del Fondo Monetario Internacional, y los grandes proyectos de infraestructura con créditos de largo plazo del Banco Mundial.

Las diferencias en la velocidad de crecimiento del ingreso entre Europa Occidental y Japón, en proceso de reconstrucción con fundamentos sociales adecuados para lograr desempeños calificados como milagrosos durante un cuarto de siglo tras el empobrecimiento de la segunda guerra mundial, de un lado, y de EE.UU., Canadá y Australia, cuyas economías sufrieron mucho menos por el esfuerzo de la guerra y por ende crecieron más despacio a partir de 1945, del otro, resultaron en aumento más rápido de la productividad relativa de los primeros, lo cual hizo evidente la imposibilidad del equilibrio estable e impulsó el tránsito a tasas de cambio flotantes.

El desorden en las instituciones públicas del llamado tercer mundo (el concepto de segundo mundo correspondía a las economías comunistas de planificación central) inhibió la materialización de las expectativas de desarrollo en el grueso de los países. La retórica del crecimiento económico no se reflejó en hechos.

Hoy se entiende que desarrollo es transformación social que se refleja en crecimiento económico con marco institucional apropiado y políticas públicas que induzcan eficiente asignación de recursos. El detonador del crecimiento suele ser la eficaz inmersión en los mercados globalizados, con exigencias atadas a la construcción de conocimiento, con base en muy buena educación básica y media, de manera que los estudiantes universitarios y técnicos puedan combinar esfuerzo y talento en forma acertada, e inversión pública de riesgo alto desde la perspectiva financiera en proyectos de investigación, con juicio de pares como criterio para asignar aportes.

Latinoamérica no parece percibir oportunidades y obstáculos para navegar en este nuevo mundo. Hispanoamérica no han entendido los beneficios de la integración política y económica. No valoran el esfuerzo de Europa, con barreras culturales complejas. Además, las instituciones políticas en todos los países son mediocres o malas, y la calidad de la educación pésima, excepto en Chile y Uruguay. Las élites públicas y privadas de la región tienen la palabra y no se pueden equivocar.

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