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La Revolución Industrial iniciada hace un cuarto de milenio ha desembocado en la integración del planeta, con comercio masivo entre continentes, información al instante y nuevas opciones para aprovechar el talento con eficacia. La humanidad enfrenta tareas sin precedentes. Debe organizarse en forma adecuada para ejecutarlas. Existen doscientos países con pretensión de autonomía. Algunos aducen que sus estructuras políticas reflejan leyes inexorables de la historia. Otros las fundamentan en inspiración divina. Revisar linderos y reglas es paso importante para construir instituciones públicas eficaces sin perjudicar a ningún grupo humano.
Nadie debe carecer de ciertos servicios básicos; pertenecemos todos a la misma especie animal, que existe desde hace 300.000 años. Especificar los bienes esenciales no es fácil: en la práctica, las garantías dependen de las posibilidades. Los servicios de salud, la educación, la seguridad y la justicia son conjunto adecuado de elementos a proveer de manera solidaria en esta época, pero caben muchas posibilidades para cada elemento de la lista y, por ende, infinidad de combinaciones según el peso relativo de cada uno. Por su parte, el lenguaje permite considerar diversos propósitos. La libertad surge del cultivo de las ideas, pero construir procesos sociales sostenibles impone restricciones. No es fácil conciliar el objetivo individual con el del grupo; por ello la asociación, resultado natural de la coexistencia, requiere reglas efectivas. Formularlas es complejo: las normas deben hacer referencia a lo existente, que cambia, utilizar lenguaje, también dinámico, y establecer criterios interpretativos para definir cuál norma tiene prelación.
Los linderos internacionales y el ordenamiento supra nacional establecidos en la posguerra tras el colapso del sistema colonial de Occidente no atienden las necesidades del presente. El siglo pasado fue escenario de cambios de enorme importancia. La proporción de población rural, que sumaba 75% del total al comenzar el siglo 20, es del orden de 40% en la actualidad, y tiende a reducirse de manera sostenida en todo el mundo. El analfabetismo está en proceso de erradicación en casi todas partes, como consecuencia de cambios sociales irrevocables. Se perciben el fin de la hegemonía de Occidente y la aparición de nuevas fuentes de conflicto, de carácter ideológico y, en algunos casos, étnico, alimentadas por brechas crecientes en el ingreso en todo el globo.
Las tareas actuales son también diferentes de las precedentes. Es necesario aumentar la productividad, sobre todo en los países pobres. Los desarrollados deben organizarse para legitimar su papel como facilitadores, sin imponer, y entender que siempre hay soluciones para mutuo beneficio. La Unión Europea debe consolidarse en lo político, para mostrar al mundo cómo una comunidad heterogénea puede trascender diferencias en culturas y ajustar reglas de protección social para ampliar el ámbito de sus trabajadores. EE.UU. debe revisar la conveniencia del régimen presidencial, que concentra demasiada autoridad y responsabilidad en una sola persona. Asia debe valorar la libertad individual y la igualdad esencial de los humanos, premisa ética necesaria. Latinoamérica y África deben buscar procesos educativos adecuados y modelos de integración. Cada cual debe encontrar su papel en un nuevo ordenamiento. Es hora de pensar en grande.