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El mundo de hoy exige pensar en grande. Conservar los lineamientos del pasado no es suficiente. Se requieren empresarios con visión internacional, capaces de identificar la inversión pública y privada necesaria para aprovechar las ventajas comparativas de las diversas ciudades región, administradores públicos capaces de prestar servicios educativos adecuados a las exigencias de la economía y la sociedad internacional, desarrollar proyectos de infraestructura de manera eficiente y hacer gestión idónea de la salud pública, legisladores con claridad sobre la naturaleza cambiante del contexto, jueces probos y eficaces con acceso a información pertinente y herramientas adecuadas para hacer bien su labor, y una población comprometida con la preservación de la vida de la especie y el cumplimiento de los compromisos apropiados para el avance sostenido.
Mucho se habla de los proyectos inmensos ejecutados en China. Por supuesto una población de 1.400 millones de personas hace diferencia en la escala de las tareas. Sin embargo, no se debe olvidar que el ingreso per cápita de Colombia no es muy diferente del chino, y que vivir en un sistema político con libre expresión debe hacer diferencia positiva en la tarea de innovar. Aunque es innegable la notable disposición al trabajo en China, el régimen totalitario de ese país tendrá costos hacia adelante a medida que el ingreso aumente, de manera que a partir de cierto nivel será muy difícil el crecimiento en ámbito represivo. Entre tanto, la mayoría de países de Latinoamérica, Colombia entre ellos, se han quedado en visiones muy limitadas de las oportunidades, lo cual conlleva rezago en productividad, ámbitos restringidos de desarrollo y, sobre todo, mentalidad provinciana, inconveniente para vincularse a los procesos prevalentes en un planeta integrado. Es paradójico que la valoración de lo local se materializa con más facilidad en un sistema social con perspectiva global.
Hay ahora una nueva oportunidad: la situación en Venezuela raya en la catástrofe. El país hermano está a las puertas de una reconstrucción, tras el inevitable colapso del corrupto sistema burocrático que impuso Hugo Chávez con retórica socialista. Su situación es aún más angustiante que la nuestra. Sus ciudadanos más lúcidos, muchos radicados en el exterior, han concertado un plan de acción bastante congruente, con una figura simbólica no vulnerable al cuestionamiento por pertenencia a familias tradicionales de la cúpula social, estrategias efectivas de comunicaciones, compromiso con elecciones muy rápido y aprovechamiento del hambre, que se ha traducido en pérdida de peso generalizada, y la ausencia de abastecimientos indispensables en clínicas y hospitales, con la parálisis consiguiente, para poner en jaque al régimen en el ámbito internacional. Sería apenas natural que haya propuestas lúcidas sobre el diseño del Estado venezolano, que podrían aprovecharse para unir los dos países para mutuo beneficio con mejores procesos públicos. La coyuntura debería aprovecharse en forma constructiva, y ser punto de partida para que los pobladores de ambos países aprendamos algo necesario: urge pensar en grande en ambos lados de la frontera. Con posterioridad podrían vincularse también Ecuador y Perú. El sueño bolivariano con la organización adecuada sería el vehículo para construir un Estado digno y progresar con rapidez y solidez.