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El papel de los humanos se acomoda a las tecnologías y los valores; los contextos se transforman en respuesta a la tecnología y las instituciones, entendidas estas como conjuntos de procesos.
La vida laboral no es la única dimensión de la existencia: es necesario preservar el patrimonio científico y cultural y renovarlo, pero el trabajo es importante y requiere preparación. En la primera fase se organiza el cerebro, con incidencia de la genética y las experiencias intelectuales y sociales. El disfrute afectivo y el lenguaje del ámbito inmediato tienen papel central en el resultado de esta fase, que termina hacia los siete años.
A partir de ese momento comienza la educación para el desarrollo intelectual, con efecto en decisiones vocacionales; se trata de aprovechar las fortalezas para beneficio de la sociedad y, en cierto grado, para fundamentar remuneración. Las destrezas funcionales florecen y se aprovechan a través de la interacción eficaz, para asegurar la subsistencia y el mejoramiento material e intelectual a título individual y colectivo.
La educación básica, hasta los 13 años, es esencial en la construcción de valores para la convivencia. La educación media, hasta los 17-18 años, es crucial para las definiciones sobre futuro. Ambas requieren diseño curricular acertado, con espacio para impulsar competencias acordes con las oportunidades regionales.
Después viene la educación universitaria o la tecnológica, según sea el caso, por al menos cuatro años, y luego la educación continua, que debe ser universal para preservar la capacidad de generación de ingresos a través del trabajo en medio de grandes transformaciones tecnológicas, y extender la vida laboral.
La población con formación universitaria ha aumentado en forma notable en el último medio siglo en el mundo, pero la demanda por servicios profesionales con calificación de nivel pregrado tenderá a reducirse: la creciente automatización en la producción y distribución de bienes y servicios tendrá impacto serio en los mercados laborales.
Se debe ampliar el papel de la educación vocacional, con énfasis en servicios personales. Los servicios profesionales de alto nivel, con estudios de doctorado o equivalente, siempre serán necesarios, con valoración del trabajo en grupos.
La institucionalidad de los procesos educativos es determinante. El docente debe ocupar lugar central, con reconocimiento social, y su remuneración del educador debe responder a evaluación sistemática. Deben fortalecerse en forma permanente las capacidades de los docentes y los padres de familia para ejercer su respectivo papel en la tarea educativa.
Las comunidades locales deben participar en la gestión. Esta afirmación contrasta con situaciones en las que un Ministerio, organismo del gobierno central, y un sindicato de docentes, sin participación efectiva en la tarea pedagógica, viven pugna constante.
La educación pública debe ser vehículo para reducir desigualdades y prevenir crisis sociales. Es esencial para construir conocimiento, aumentar productividad y asegurar futuro. Debe tener papel prioritario en lo público, y abarcar la vida entera de toda la población. La reducción gradual de la jornada semanal quizás se acabará, pues la educación continua requiere tiempo y cada día será más importante.
La educación para ser útiles unos a otros es el cimiento de un futuro mejor para el mundo.