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El trabajo es el conjunto de actividades orientadas a canalizar energía en procura de la supervivencia individual y colectiva. Nuestros antepasados hacían utensilios y dominaban el fuego hace más de un millón de años. Nuestra especie, homo sapiens, tiene 300.000 años; en los últimos 70.000 su lenguaje le ha permitido ordenar ideas de manera retrospectiva y prospectiva, con incidencia en la productividad, o valor agregado por unidad de tiempo trabajada. En el paleolítico la proporción de tiempo en el trabajo era limitada: era imposible almacenar recursos más allá de un par de días. El tiempo disponible tras la caza y pesca, a cargo de los hombres, y la recolección y preparación de comida, a cargo de las mujeres, se usaba para descansar y para llevar a cabo actividades sociales y lúdicas, con algún cultivo de estados alterados de conciencia, atados a la intuición de fuerzas ocultas de naturaleza superior.
La jornada se amplió con la revolución agrícola del neolítico hace solo unos 10.000 años, que permitió mitigar el riesgo de hambre. La revolución urbana, su natural consecuencia, comenzó unos 2.000 años después, y promovió formas de ordenamiento social complejas, que desembocaron en la formación de imperios, la institucionalización de religiones, el crecimiento poblacional pese a las guerras, las plagas y las hambrunas, la segregación radical de labores entre hombres y mujeres en pro de eficacia en la reproducción y crianza, y el aumento de población letrada.
La revolución industrial surgida en Inglaterra en el siglo 18 aumentó en forma dramática la productividad e impulsó la urbanización. La especie se multiplicó por diez en solo un cuarto de milenio. Las jornadas laborales fueron extensas hasta el siglo 20. Hoy tienden a reducirse, pero se requiere cultivar las destrezas de los individuos para preservar el valor económico de su trabajo, con mallas de protección razonables.
La desigualdad tiende a aumentar desde hace medio siglo en el mundo, en buena parte porque la evolución tecnológica exige destrezas sin precedentes; el camino para reducirla no es expropiar sino aumentar la eficacia general, con apoyo en la educación. Es preciso facilitar el acceso a vidas dignas, sin hambre y con techo, para todos los humanos, ofrecerles el derecho a buscar la libertad con fundamento en el respeto y la solidaridad, y ampliar el ámbito para la estética y la intuición de lo sublime. Se requiere organizar el tiempo para impulsar el cuidado del cuerpo, la expresión de los sentimientos y el cultivo del conocimiento. Acceder en forma gratuita a educación y servicios de salud con coberturas universales exige conductas responsables a cargo de todos.
La especie no está preparada para abordar las amenazas al ambiente, la extensión de la vida en grado mayor que su fase productiva, ni los posibles abusos del capital, facilitados por el mal diseño de procesos públicos en todo el globo. Occidente, primer conjunto de sociedades en lograr desarrollo económico, hoy dilapida tiempo en despliegue de arbitrio, presa del marketing y de la erosión estética. Persuadir para mejorar es complejo: la alfabetización del último siglo socavó la eficacia de instituciones religiosas, políticas y militares como herramienta de persuasión. Urge proponer nuevos referentes y ampliar ámbitos para construir un mundo diferente, con equilibrio responsable entre trabajo, descanso y recreo.