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El venezolano Manuel Antonio Carreño escribió y publicó su Manual de Urbanidad y Buenas Maneras en el que recopiló abundantes normas, usos y costumbres que guiaron el comportamiento en sociedad de quienes lo estudiaron en la escuela primaria y que, con la eliminación de la educación cívica del pénsum escolar, el paso de los años, la interpretación acomodada del libre desarrollo de la personalidad y la dictadura de las redes sociales cayó en el olvido. Hoy, casi ciento setenta años después de haber salido de la imprenta, no sería conveniente aplicar a rajatabla todas las reglas que el librito trae, pero bien vale la pena recordar y poner en práctica aquellas que tienen que ver con la consideración y el respeto por los demás y que por lo tanto son atemporales.
Dentro de estos preceptos se destacan la tolerancia por las opiniones del prójimo ─por chirles que nos parezcan─ y la puntualidad, sobre la cual Carreño advierte: “Seamos severamente puntuales en asistir siempre a toda reunión de que hayamos de formar parte, a la hora que se nos haya señalado y en que hubiéramos convenido. En ningún caso tenemos derecho para hacer que los demás aguarden por nosotros; y siempre será visto como un acto de irrespetuosa descortesía el concurrir tarde a un aplazamiento cualquiera.”
La rigurosidad con el reloj que caracteriza a la cultura anglosajona es legendaria. Para los habitantes del Reino Unido llegar tarde a un evento social es considerado un acto de mala educación; tratándose de reuniones de negocios, los británicos no solo esperan que las personas sean puntuales, sino que asistan libres de agitación y suficientemente preparadas para tratar los asuntos propios de la agenda.
La tendencia en nuestro medio parece ser la cara opuesta de la moneda: las congestiones de tráfico, el clima, los malestares gástricos y una amplia colección de pretextos son utilizados para justificar la impuntualidad (o la inasistencia) que además suelen adobarse con abundantes cantidades de diminutivos para que la excusa opaque la falta.
Pero la puntualidad, además de ser un símbolo inequívoco de respeto hacia nuestros semejantes, tiene efectos sobre la carrera y la productividad de las personas. En cualquier proyecto de trabajo interdependiente, la tardanza consuetudinaria de alguno de los integrantes del equipo demuestra su poco interés en los resultados colectivos, desconoce el valor del tiempo de sus colegas y en últimas impacta negativamente la reputación de quien así administra el tiempo, relegándolo a roles irrelevantes para evitar el riesgo del incumplimiento. Quien entra tarde a una reunión, corriendo y preguntando de qué se ha perdido incomoda a los puntuales pues los obliga a recapitular, resumir y repetir información ya suministrada, afectando la eficiencia y el buen uso del tiempo como recurso valioso y escaso.
Por el contrario, la puntualidad es sinónimo de organización. La persona que llega a tiempo a las reuniones tiene la posibilidad de revisar con calma sus notas y verificar que cuenta con las herramientas que requiere, transmitiendo a los demás una imagen de confiabilidad, control y profesionalismo que aumenta las posibilidades de desarrollo profesional.
La impuntualidad es la incubadora del incumplimiento y este corroe la productividad. Hay que llegar a tiempo, todo el tiempo.