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Analistas 20/07/2022

Medallas y condecoraciones

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

A los seres humanos nos seducen los reconocimientos. Prueba de ello es que los collares y medallas que desde épocas remotas nos hemos colgado unos a otros por los más diversos motivos, han sobrevivido a los avatares de la historia y algunas de ellas continúan otorgándose en forma casi idéntica a como se hacía en la Roma antigua, trascendiendo culturas, tradiciones, pueblos y religiones.

La Orden Nacional de la Legión de Honor establecida por Napoleón Bonaparte en 1802 es quizás la más conocida de las condecoraciones existentes y ha sido otorgada a un número tan grande de personas en todo el mundo, que hay quienes consideran que su espíritu se ha desdibujado. Intuyo que esta bicentenaria condecoración francesa, con sus diferentes categorías, sirvió de inspiración a nuestra Orden de Boyacá, creada por el Libertador Simón Bolívar e impuesta por primera vez un mes y medio después de la batalla que selló la independencia nacional. A lo largo de su existencia ha sido otorgada a personajes tan disímiles como la santa Laura Montoya (en 1939, cuando aún vivía), Jorge Villamil y Ollanta Humala; a cuestionables dictadores como Juan Vicente Gómez y Wojciech Jaruzelski, a empresas como Avianca e incluso a instituciones sin personería jurídica como la facultad de ingeniería de la Universidad Nacional. Hoy en día, gracias a las manipulaciones que ha sufrido, la Cruz de Boyacá goza de un bien ganado desprestigio, igual que algunos de sus titulares.

Esta mala reputación no es exclusiva de la medalla cruciforme de cinco centímetros que el gobierno colombiano entrega a diestra y siniestra, sin discriminaciones, sin reparos y sin detenerse en minucias como el análisis juicioso de los méritos de quienes la reciben. Hay anécdotas como la de Leonid Brézhnev que, en 1978, violando el reglamento de la condecoración, se auto distinguió con la exclusiva Orden de la Victoria −máxima condecoración entregada por la Unión Soviética− y cuyo honor fue derogado póstumamente por Mihail Gorvachov una década más tarde.

Pero esto no significa que todas las distinciones sean sinónimo de manipulación o que busquen hinchar el ego de los galardonados para luego reclamar contraprestaciones. Las expresiones de gratitud satisfacen la necesidad humana de marcar la diferencia y, en las empresas son una herramienta valiosa para potenciar el desempeño de las personas y promover su contribución a los objetivos del negocio, creando un efecto de espiral virtuoso que cualquier organización exitosa desearía. Desde la palmadita en la espalda hasta los mecanismos de compensación más robustos y sofisticados, los reconocimientos forman parte del portafolio de gestión del talento en las organizaciones comprometidas con una cultura centrada en las personas.

Sin embargo, hay que tener cautela al otorgarlos, pues su impacto positivo se puede diluir fácilmente de llegarse a percibir favoritismo, desproporción, injusticia o ligereza al momento de su adjudicación. Así mismo es importante tomar en cuenta la personalidad, la situación de vida del laureado y la magnitud del logro, para no caer en incoherencias como hacer un homenaje público a una persona reservada, premiar con una cena a alguien que esté a dieta u otorgar beneficios a perpetuidad por contribuciones dudosas a quienes nunca han hecho méritos que los justifiquen.

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