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Fiel a su crónico vicio de incumplir los compromisos (que inquieta y desagrada a muchos, pero ya no sorprende a nadie), el presidente Gustavo Petro dejó plantados a los asistentes a la clausura del congreso de la Andi el 18 de agosto en Cartagena. Argumentando que el evento sería el escenario de una «grosera encerrona», pretendió desagraviar a los empresarios invitándolos a un espacio de conversación el 24 de agosto, que, como era previsible, también canceló a última hora cuando ya varios de los invitados habían viajado a Bogotá para atender la audiencia con el mandatario.
Por fin, el martes pasado tuvo lugar el encuentro con el Consejo Gremial Nacional, cuyos resultados fueron gaseosos por varias razones, comenzando por el excesivo número de asistentes al evento: más de treinta. Para crear ambientes de trabajo productivos y eficientes es preciso configurar grupos pequeños que representen a la mayor cantidad posible de opiniones, que puedan tomar decisiones y que promuevan la evolución de las intenciones hacia acciones concretas. Si dos pizzas son insuficientes para alimentar a todos los participantes ─afirma Jeff Bezos, fundador de Amazon─ hay demasiadas personas en la reunión.
Aunque en la convocatoria fallida del 24 de agosto la Presidencia de la República declaró que «siempre en este gobierno habrá dialogo, se escuchará, se construirán bienes comunes, proyectos conjuntos» (sic), el segundo factor que se atravesó fue la evidente escasez de la Teoría de la mente, que no es otra cosa que la capacidad cognitiva de atribuir pensamientos, creencias, deseos e intenciones a otras personas con el fin de entender e intuir su comportamiento.
Consiste esta habilidad en comprender a cada individuo con sus propias ideas y emociones, a menudo divergentes de las propias. Su ausencia impide inferir lo que el interlocutor o contradictor pueda estar pensando o sintiendo, y utilizar esa información para interpretar y predecir sus actuaciones.
La Teoría de la mente es fundamental para la empatía. Nos permite reconocer que las personas tienen motivaciones, deseos y estados emocionales distintos de los nuestros, lo cual facilita la comunicación, la cooperación y el discernimiento en las relaciones humanas. También es materia prima para el desarrollo de habilidades sociales e ingrediente esencial para vislumbrar la mentira, el sarcasmo y otros aspectos complejos de la comunicación propia del homo sapiens.
Y a propósito de sarcasmos e ironías, el tercero de muchos obstáculos que impidieron potenciales compromisos y acuerdos fue erigido magistralmente por la ministra de trabajo. La funcionaria, locuaz y radical como de costumbre, afirmó que «el síndrome de la Coca-Cola en el desierto» había terminado, pasando por alto que el concurso de todos los sectores de la sociedad es vital para la construcción del tan mentado acuerdo nacional. Con su ironía (¿hostilidad?) confunde el consenso con la imposición y, apelando a la Teoría de la mente hace inevitable concluir que aún no le han llegado ni la ponderación ni la mesura que vienen con los años.
A juzgar por sus destemplados comentarios y por el contenido de la reforma laboral que se empecina en promover y patrocinar, parece que doña Gloria se quedó viviendo en aquellos lejanos días en que algunos compatriotas se disputaban la última Kol Cana del trópico.