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A raíz de la revuelta cubana recordé una nota que escribí en septiembre de 2015 en ocasión de la visita del Papa a la Isla; la foto que acompaña esta columna captura una escena de aquel viaje y lo sintetiza. Desde el mismo título, “Bergoglio, en el espejo de Wojtyla”, intenté reflejar el contraste entre dos Pontífices y sus respectivas maneras de abordar los abusos del totalitarismo.
En junio de 1979, apenas unos pocos meses de comenzado su papado, Juan Pablo II había viajado a Polonia, produciendo aquel icónico beso a su tierra natal al descender del avión. No fue meramente fotográfico. Su primer peregrinaje al mundo socialista fue seguido por la fundación de Solidaridad y la huelga en los astilleros de Gdansk. Ello acorraló al régimen.
Fue el comienzo de la gran transformación del fin de siglo: la caída del comunismo en Europa. Para Wojtyla la misión evangelizadora era parte de su tarea política. Sostenía que el rescate del cristianismo en aquella media Europa requería expandir la libertad y la democracia hacia el Este, pues no habría reconciliación posible mientras la sociedad siguiera bajo el Estado-partido. Ese es el espejo en el que la imagen de Bergoglio se ve difusa.
En aquel viaje de 2015 no solo dispensó sonrisas a los Castro. También evitó a las Damas de Blanco, impidió a los disidentes el ingreso a la Catedral de San Cristóbal en ocasión de la misa y mostró indiferencia hacia disidentes que se acercaron al papamóvil. Una imagen vale más que mil palabras, debe ser por eso que Bergoglio siempre emite pronunciamientos políticos a través de la calidez o la antipatía fotográfica.
Releer aquel artículo me hizo reflexionar sobre lo que está ocurriendo en la Isla hoy y las reacciones de buena parte de lo que llamamos “comunidad internacional”; el Papa en especial, jefe de Estado y autoridad espiritual al mismo tiempo. O eso debería. En lo conceptual, aquel viaje de 2015 continúa en las desafortunadas posiciones asumidas hoy sobre la revuelta ciudadana cubana y la virulenta respuesta represiva del régimen.
Y no se trata solo de su actuación frente a las cámaras. “Estoy cerca del querido pueblo de Cuba en estos tiempos difíciles en los que es necesario construir diálogo, paz y solidaridad”, dijo Bergoglio. Palabras frívolas, en definitiva, pues debió dirigirlas a una dictadura que no dialoga, no cultiva la paz y no es solidaria. “Hagan lío”, ha alentado el Papa a los jóvenes de diversas latitudes, pero a los cubanos les dice que se sometan.
Para alguien que ha manufacturado su persona pública alrededor de los excluidos y las desigualdades, ignorar a quienes sufren en Cuba los priva del reconocimiento en su lucha por derechos. Y si esa dimensión moral es soslayada por el propio Papa, el sentimiento de orfandad se magnifica. No hay reparación espiritual posible en una sociedad en la que se excluye y oprime a los débiles; y estoy parafraseando al propio Bergoglio con conceptos que ha vertido cientos de veces. En otros contextos, claro está.
La “comunidad internacional” ha abandonado a los cubanos. No es solo el Pontífice en Roma, los europeos no cuentan hoy con Thatcher ni Kohl, implacables para con el opresivo sistema soviético, ni con Gorbachev, líder renuente a volver a reprimir a los europeos como en Budapest 1956 y Praga 1968. Y en Madrid, es bien sabido, entre la Diplomacia Meliá, Podemos y Pedro Sánchez, el castrismo cuenta hoy con buenos aliados.
Estados Unidos tenía entonces lo que se denomina “mainstream American foreign policy”, un consenso bipartidista en relación al comunismo. Reagan había exigido derribar el muro un año antes de que ocurriera. George H. W. Bush, a su vez, en la presidencia desde enero de 1989, usó todo el poder de la Casa Blanca para apoyar la reunificación alemana, así como Clinton haría lo propio con Yeltsin y la disolución de la Unión Soviética. Ese abordaje común no existe hoy.
Canadá ha impuesto sanciones a las dictaduras de Venezuela y Nicaragua, pero no a la de Cuba; Trudeau nos debe una explicación. Los Nobel de la Paz latinoamericanos, Pérez Esquivel y Santos, no se han pronunciado acerca de la “orden de combate” emitida por Díaz-Canel contra la población civil desarmada, un posible crimen de lesa humanidad. Y con el auspicio de López Obrador se organizó una reunión para darle oxígeno a la irrelevante Celac y expresar “solidaridad con Cuba”. Nadie se refirió al número desconocido de muertos desde el 11 de julio, a los 757 detenidos, muchos de ellos desaparecidos al no conocerse su paradero, ni a las sentencias emitidas en juicios sumarios. Tampoco a las sospechosas muertes de altos oficiales militares, ya van tres.
Por lo anterior, y más allá de Cuba, resulta alarmante la incapacidad del mundo democrático de coordinar una presión sostenida y organizada sobre regímenes terroristas, forajidos, violadores de Derechos Humanos y criminales de lesa humanidad. Somos testigos de una cierta abdicación de responsabilidades, o al menos de una falta de visión estratégica.
Está en juego la supervivencia de las formas de vida colectiva en libertad y democracia, consustanciales a la definición de “Occidente”. Los malos sí coordinan, también tienen una visión estratégica y recursos materiales y simbólicos potentes. El desamparo de la sociedad civil cubana y la rápida articulación del régimen con sus aliados y clientes lo ilustra.
Todo lo cual nos obliga a repensar 2014 y la política exterior de Obama. El deshielo no otorgó más derechos y libertades a los cubanos sino menos. El restablecimiento de relaciones diplomáticas no fue un incentivo al régimen para abrirse sino para cerrarse más y aferrarse al poder. No verlo es la miopía que continúa beneficiando a la dictadura castrista.
Aquella estrategia fue como haber decretado el fin de la “Guerra Fría Caribeña” sin condiciones y dejando el “Muro de Berlín Cubano”, símbolo de la dominación, intacto. Pensemos en términos de tiempo: el Muro de Berlín cayó en noviembre de 1989 y el Pacto de Varsovia se disolvió en julio de 1991. En menos de dos años, entonces, se desmanteló el sistema, se obtuvo la democracia y se firmó el “armisticio y rendición” de aquella Guerra Fría.
La Administración Biden tiene mucho que pensar. Desde Obama-Biden, la dictadura cubana firmó su propio Pacto de Varsovia, el cual, de hecho, ayer se reunió en Ciudad de México para salir al rescate de su metrópolis, La Habana castrista.