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En 1972 tuvo lugar una de las mayores sustituciones tecnológicas que recuerda la historia: la compañía estadounidense Hewlett-Packard, hoy conocida como HP, introdujo la primera calculadora electrónica científica.
Esta calculadora, denominada HP-35 debido a sus 35 teclas, reemplazó a la regla de cálculo, un dispositivo esencial para ingenieros y científicos durante más de 300 años. La regla de cálculo era un dispositivo analógico, basado en las propiedades de los logaritmos, inventado en 1622 por el matemático inglés William Oughtred.
En la presentación de la HP-35, Hewlett-Packard resaltó que calcular la ruta óptima de navegación aérea entre San Francisco y Miami tardaba cinco minutos con la regla de cálculo. Mientras tanto, la HP-35 permitía realizar el cálculo con mayor precisión y en solo 65 segundos. A pesar de las claras mejoras en productividad que proporcionaba la HP-35, en la comunidad académica se generó un extenso debate sobre la conveniencia de usar calculadoras electrónicas.
Con el tiempo, se logró un equilibrio adecuado entre acoger los beneficios de productividad ofrecidos por la calculadora electrónica y restringir el uso a partir de ciertas edades y contextos de aprendizaje específicos.
Hoy el ambiente académico se enfrenta al interrogante de cómo adaptarse a un nuevo contexto de evolución tecnológica.
ChatGPT, y en general la inteligencia artificial generativa (IAG), proporcionan información y respuestas basadas en patrones y datos previos. Sin embargo, carecen de comprensión y razonamiento humano, por lo que se requiere que los estudiantes desarrollen varias habilidades clave para el uso de la IAG: (i) habilidad para contextualizar correctamente las preguntas realizadas a la IAG (la calidad de las respuestas de la IAG es directamente proporcional a la calidad de la pregunta, en lo que hoy se denomina “ingeniería de prompts”); (ii) mayor pensamiento crítico, reflexión y rigor para evaluar la relevancia y pertinencia de las respuestas generadas por la IAG en el contexto de interés; (iii) capacidad para explorar y verificar la confiabilidad de las respuestas de la IAG en otros medios; (iv) creatividad para examinar diversas visiones de un problema con diferentes herramientas tecnológicas; y, (v) autorregulación para tomar decisiones sobre la conveniencia de integrar los hallazgos de la IAG en sus procesos de aprendizaje y creación.
La integración de la IAG en el proceso educativo ya está avanzando. La Universidad de Boston en EE.UU. dio un paso adelante en febrero de 2023, adoptando una de las primeras políticas para el uso de la inteligencia artificial generativa en el proceso educativo.
En el preámbulo de la política, ellos declaran que el objetivo es “aprender a utilizar la IAG de manera habilidosa mientras se mejoran, en lugar de dañar, sus habilidades como escritores y pensadores”, y precisamente, en la búsqueda de ese balance entre tecnología y habilidades blandas, la educación debe revitalizar el uso del método Socrático para fortalecer el desarrollo de las habilidades cognitivas, como el pensamiento crítico, razonamiento lógico, percepción, pensamiento abstracto y resolución de problemas.