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“El hombre es un lobo para el hombre”
Quizás sea la frase más famosa del filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra El Leviatan (1651) y donde deja bien claro que el ADN natural del ser humano es estar en una lucha permanente y continua con sus semejantes.
Esta reflexión de Hobbes nos viene que ni pintada para describir el momento que estamos viviendo tras la invasión irracional y desmedida que están haciendo las fuerzas militares rusas encabezadas por el colérico Putin del territorio de Ucrania. La mencionada frase se convierte en la mejor descripción del lado salvaje que el hombre lleva dentro al ser capaz de perpetrar atrocidades y barbaridades contra elementos de su propia especie. En este caso, no sólo de su misma especie, sino contra un pueblo “hermano” que ha formado parte del mismo país hasta hace apenas treinta años.
Lamentablemente es sólo un ejemplo de algo que nos ha acompañado a lo largo de la historia y que se ha explicitado de muy diversas maneras: guerras, atentados, asesinatos, secuestros, asedios, invasiones, exterminios, esclavitud, tráfico de personas, imperialismos… Sin embargo, lo que nos sorprende es que lo sucedido en días pasados pueda haberse ejecutado en Europa, donde estábamos disfrutado de un periodo de paz, refiriéndome a guerras y no a muchos de los infiernos citados anteriormente, de más de setenta años, si dejamos a un lado la guerra de los Balcanes.
Las amenazas del “emperador Putin” nos sonaban a soflamas bravuconas propias de una persona devorada por su propio personaje, que parecían responder a una impostada locura, pero no: todo lo ocurrido es una estrategia perfectamente estudiada y medida, cuyas consecuencias, en este momento, son absolutamente imposibles de predecir y más si tenemos en cuenta que cuando se toman ciertas decisiones por alguien con estas características tan “peculiares”, la posibilidad de que vuelva sobre sus pasos y reconozca el sinsentido de lo realizado, es entre cero y ninguna.
Pese a la premonición de Hobbes en cuanto al instinto devorador del hombre, también manifiesta que la paz y la concordia se puede alcanzar mediante un pacto social ejercido por un poder centralizado que tenga la autoridad absoluta para proteger a los ciudadanos de cada país. Es decir, que propone no una solución, sino un mal menor. Dicha idea, llevada a nuestros días, es en cierta medida usada por movimientos nacionalistas, populismos de uno y otro lado, dictaduras enmascaradas e ideologías “cuestionables”, que ven en el parlamentarismo democrático y en la división real de poderes algo que se ha quedado obsoleto y que no ayuda en absoluto a resolver los problemas actuales de las personas. Su sectarismo y visión distorsionada de la realidad hasta grados insospechados, hace que busquen extremar su manera de decir y, si les dejan o dejamos, de actuar. Ejemplos de lo anterior, todos tenemos en la cabeza; a ambos lados del Atlántico e incluso más allá. No hay necesidad de enumerarlos.
Dicho todo esto, tampoco quiero dejar de lado otro punto de vista más positivo del género humano y que en su momento manifestó Rousseau, no sé si de manera inocente o por firme convicción, pero que de alguna manera podría explicar el desarrollo de nuestra civilización: “el hombre es bueno por naturaleza” y sólo su relación con algunos seres humanos a lo largo de su vida le corrompe y le sustrae esa bondad y libertad innata.
Para Hobbes es sorprendente que en lugar de que el individuo más fuerte se ocupe de proteger al más débil, lo que sucede es todo lo contrario, el fuerte maltrata e intenta someter al más débil. Digo intenta, porque en muchos casos, éste se rebela y no acepta ese sometimiento y está dispuesto a pagar con su vida la defensa de su modo de ser e intereses. Así está siendo el comportamiento del pueblo ucraniano, como no podía ser de otra manera, por otro lado.
Si hiciéramos un ejercicio de memoria histórica, ya que en estos días y al amparo de lo que está sucediendo se han alzado voces diciendo que Putin busca volver al modelo imperialista zarista o estalinista de antaño, es curioso que la Guerra de Crimea de 1853-1856 se desencadenó por el afán expansionista ruso liderado por Nicolas I, frente al imperio otomano que se encontraba en franca decadencia y al que apoyaron Francia e Inglaterra con el fin de que éste último, el otomano, no se convirtiera en vasallo del imperio ruso y le permitiera tener una salida al Mediterráneo a través del Mar Negro. ¿Os suena esto familiar con los acontecimientos actuales?
Sin embargo, poco se ha oído de otros imperialismos también acaecidos en el siglo XIX de la mano de la Reina Victoria de Inglaterra, del emperador Napoleón III de Francia, de Francisco Jose I en Austria o incluso del sanguinario Leopoldo II de Bélgica, que en su conquista del Congo acabó con la vida de más de diez millones de personas en menos de veinticinco años.
No es el momento de evaluar el proceso imperialista de estas naciones desde mediados del siglo XIX, pero es muy cierto que todas ellas buscaban expandir su influencia a otros territorios y mostrar su hegemonía atendiendo a intereses comerciales, políticos e incluso geoestratégicos: salidas al mar, nuevos mercados para sus productos, extracción de minerales necesarios para su industria o como forma de aumentar sus arcas públicas, nuevos alimentos, migración de población blanca para instaurar los modos de vida de la metrópoli en las colonias…., y sin llegar al caso de Leopoldo II, lo cierto es que no siempre se llevó a cabo dicha política imperialista “a carta cabal y conforme a la ley”. A modo de anécdota comentaré que el primer mapa completo del continente africano data de la segunda mitad del siglo XIX tras las expediciones por el interior hasta las cataratas Victoria realizadas por el explorador inglés Henry Morton Stanley.
Es un ejemplo claro de reparto del “nuevo mundo” entre Francia e Inglaterra y si a eso le sumamos la influencia norteamericana en Latinoamérica a través de la Doctrina Monroe (un principio de la política exterior de EEUU de no permitir la intervención de las potencias europeas en los asuntos internos de los países del hemisferio americano: “América para los americanos”), es más que evidente que se implantó una clara política de bloques; la primera del mundo contemporáneo.
La idea de buscar territorios que consolidaran el protagonismo y liderazgo de un país sobre el resto surgió históricamente en Europa y a lo largo de los años han ido cambiando los actores, pero todos con una finalidad común: conseguir poder e influencia global y aumentar su seguridad nacional.
Lo anterior no pretende justificar en absoluto las tropelías del mandamás ruso: no voy a ser yo el que ponga “paños calientes” a lo que está sucediendo, pero tampoco debería sorprendernos en demasía porque ha sido una constante a lo largo de nuestra Historia.
Es evidente que el género humano que tanto ha contribuido al desarrollo de este mundo, siendo eso sólo posible trabajando desde la empatía, cordialidad, entendimiento y buenas prácticas, siga fallando en lo más básico: la protección de su propia existencia. ¿Quién ganará el combate? ¿Dr Jeckill o Mr Hyde? Todos confiamos en que sea el primero el que se lleve el gato al agua. El problema es que, en el caso que nos ocupa, Mr Hyde nos ha pillado con la guardia baja.