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Y es que los electores brasileños decidieron, en un resultado mucho más ajustado de lo que se esperaba hace unos meses, dar el gobierno a la candidatura de “izquierdas” liderada por el carismático Lula da Silva.
El término izquierdas lo he puesto entrecomillado, puesto que si bien el PT (Partido de los Trabajadores), del que Lula es cabeza, lideró la coalición ganadora, la realidad es que a la mencionada opción se le sumaron partidos liberales y centristas, que muestran de alguna manera la evolución, para mí natural, que ha sufrido el político pernambucano. Haber pasado por el trance de gobernar hace que las cosas se vean de otra manera, sin que eso suponga renunciar a tu ideología ni a tu manera de pensar.
Tras lo acaecido en Chile a principios de año y en Colombia a mediados del mismo, ahora se suma Brasil a la lista de países latinoamericanos donde las opciones de “izquierdas” se han impuesto a otras “de derechas”, más o menos populistas y que junto con Perú, Argentina y México reflejan el sentir de una gran mayoría de los países de la región; aunque es también muy cierto que la balanza podía haberse inclinado hacia el otro lado en algunos países, incluido Brasil y no hubiera podido catalogarse de sorpresa si así hubiera sucedido.
Sin embargo, las cosas pasan por algún motivo y los incrédulos y alarmistas que vaticinan la ruina de todos estos países, en lugar de llevarse las manos a la cabeza y no poder aceptar esta ola que va sumando adeptos en la región a medida que pasan los meses, deberían preguntarse por qué está pasando lo que está pasando.
Es muy posible que un buen número de ciudadanos, por no decir la gran mayoría visto lo visto en los resultados electorales, sean unos descreídos de los partidos políticos más convencionales y tradicionales, que tras años al frente de los diferentes gobiernos no han mostrado una gestión adecuada en la solución de los problemas existentes ni una honestidad ni mucho menos ejemplar en su desempeño y por ende, cualquier opción diferente, retadora del statu quo, les sirve de esperanza para que las cosas puedan cambiar y, ante todo, acabar con la mayor lacra que padece la región: la pobreza y la desigualdad social y económica, ambas agravadas tras la pandemia.
Esto da lugar a que las mencionadas opciones políticas más centradas hayan prácticamente desaparecido del panorama político y hayan dejado el campo absolutamente a disposición de los extremos, con el riesgo de que, para muchos, entre los que me incluyo, eso puede suponer.
Sin embargo, cuando hablamos de la ola de partidos de izquierda que está triunfando en el continente, no me atrevería a incluir a todos en el mismo saco. Es cierto que para ciertas cuestiones medioambientales, de puesta en valor de las minorías y no me refiero solo a las étnicas, sino sociales, a la equiparación de derechos hombre-mujer (sin entrar en toda esa pléyade de nuevos calificativos algunos de los cuales rozan el ridículo y que aparecen cada día para definir la identidad sexual de una persona), a la reducción y eliminación del uso de los minerales fósiles…, puede haber un cierto, y digo cierto, consenso, pero intentar equiparar lo predicado por Castillo en Perú, con lo dicho por Boric en Chile o Fernández en Argentina, por poner unos ejemplos, es pura ciencia ficción, más allá de que unos a otros se feliciten cuando obtienen una victoria electoral.
Lo que sí creo que es un punto que debería ser muy tenido en cuenta por toda la ciudadanía, en especial por aquellos cuya opción política no ha sido la vencedora en cada una de las elecciones celebradas en los diferentes países, es que deberían respetar el resultado electoral (al fin y al cabo todos han tenido unas elecciones democráticas “limpias”) y dejar que el elegido gobierne: no prejuzgar, criticar o boicotear medidas que ni siquiera se han llegado a poner en práctica porque, como todos sabemos, una cosa es lo que se dice en campaña electoral para captar votos (incluso estando ya en el gobierno) y otra muy distinta lo que se hace una vez que se tiene el bastón de mando y te chocas con la cruda realidad.
Ni siquiera pido que se les dé el beneficio de la duda, porque eso me parecería demasiado quimérico, pero sí que se les deje trabajar y que evaluemos su quehacer a medida que su legislatura vaya avanzando. Analizar su gestión sin estridencias ni gritos, usando argumentos de peso que hagan que los ciudadanos del país vuelvan a creer en la política y los políticos saliendo de la polarización sectaria y absurda en la que vivimos actualmente (y esto no es algo privativo de Latinoamérica: ejemplos en Europa hay, para regalar: España, Francia, Italia, Reino Unido…).
Es tiempo de cambio y hay que aceptarlo. A unos les toca reflexionar y reinventarse y a otros demostrar que tienen la capacidad suficiente para gobernar e intentar cubrir las expectativas depositadas en ellos; principalmente por su electorado, pero teniendo muy en cuenta que cuando se gobierna, se hace para todos los ciudadanos del país.
Para concluir, no voy a esconder algo que realmente pienso: ojalá hubiera más “Lulas” en la región entre los candidatos progresistas. Es posible que ese miedo atávico de un buen número de personas en la región a estos gobiernos que ahora lideran el continente, se redujera.