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No creo que exagere si afirmo que es uno de los términos más usados por políticos, tertulianos, periodistas e incluso entre amigos en reuniones sociales. En el pasado Foro de Davos o en la Cumbre del Clima celebrada en Madrid el pasado mes de diciembre donde la gran protagonista fue esa niña mal encarada de nombre Greta y de apellido impronunciable, que se desplazó en un catamarán aprovechando los vientos atlánticos... y algún que otro apoyo no tan “limpio”, pero hasta para ella necesario: el nivel de reconocimiento y de popularidad dependía de las veces que introdujeras en tu discurso dicho término o palabras con raíz semejante.
Así son las modas. Cuando una palabra o expresión “pega”, la usamos hasta donde “no pega”. Es por eso que ahora los alimentos son sostenibles, las energías son sostenibles, las personas y hasta los negocios o las empresas deben serlo si no quieren ser motivo de crítica y verse excluidos y denostados.
Lo que ocurre es que estas tendencias suelen ser tan contundentes como efímeras y que por ese uso tan generalizado y muchas veces tan forzado, pierden toda su credibilidad y generan un “efecto rebote” en sentido contrario que afecta muy negativamente a la verdadera esencia que hay detrás de la palabra.
Creo que todos somos conscientes de la necesidad de cambiar ciertos usos, comportamientos, actitudes en nuestro día a día si queremos que nuestra calidad de vida no se vea menoscabada gravemente en el medio plazo. Hasta ahí todos de acuerdo y cada uno debe aportar su granito de arena para conseguirlo.
Sin embargo, los mensajes apocalípticos que tantas veces salen al retortero si no se actúa en consecuencia, hace que voces también muy respetadas, defiendan con argumentos de peso lo contrario y nos hagan pensar si de verdad no hay una “mano negra” a la que le interesa difundir estos mensajes catastrofistas en beneficio propio.
Pareciera que toda forma de progreso, desarrollo tecnológico, mejora industrial fuera algo malo para el bienestar de la humanidad y de nuestro mundo. Nada más lejos de la realidad. El año pasado fue el año de la historia en la que se produjo el mayor crecimiento económico mundial y aunque todavía existen grandes desigualdades y retos, es también loable destacar lo que se ha conseguido con esos desarrollos.
Es demasiado simplista equiparar sostenibilidad a “volver a nuestras raíces”, a autenticidad, a vilipendiar el progreso, a cuestionar el desarrollo de ciertas industrias/empresas sólo por el hecho de ser rentables y crecer. ¿Por qué es malo crecer? El crecimiento siempre genera riqueza y esa riqueza bien distribuida y administrada y sin abusos es clave para nuestro futuro.
¡No seamos fundamentalistas y torpes! Muchas de esas empresas contribuyen a esa mejora de nuestro mundo, aunque no “saquen pecho por ello”. Profundicemos antes de cuestionar y criticar. Respetemos al que tenemos enfrente y no nos dejemos llevar por primeras impresiones que muchas veces no son las reales.
Preocupémonos en hacer cada uno de nosotros, más que en señalar al resto y no hagamos demagogia barata porque es “cool” y arrastra votos o audiencias o parabienes de determinados sectores que suelen ser los que más se movilizan.
En mi vida profesional siempre he sido de la opinión que, para cambiar las cosas, es necesario dar un volantazo de 180 grados para que dicho cambio sea percibido y ajustar después, en lugar de ir poco a poco. Este “movimiento moderado y pasito a paso” hace que la gente que se ve afectada no tome conciencia de que hay que evolucionar, reinventarse, innovar.
Quizás sea la estrategia que se está implementando con esta “conciencia sostenible” que nos invade. Sin embargo, en mi caso, no cuestiono todo lo anterior para justificar ciertas acciones, sino que construyo sobre lo logrado. En este caso debería ser igual.