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Para todos los que nos gusta el fútbol, la Copa del Mundo que se celebra cada cuatro años, es siempre una magnífica excusa para darse un atracón de partidos incluso entre selecciones donde no conoces a ningún jugador. La FIFA, en su afán de ser más “global e inclusiva”, ya decidió hace unos años incrementar el número de selecciones participantes hasta treinta y dos para que no fueran todos los campeonatos “otro día de la marmota”, donde siempre jugaban los mismos equipos.
Sin embargo, creo que la elección de Qatar como sede organizadora de este mundial, ha sido el mayor desatino cometido por la FIFA en su historia singular, controvertida y en muchos casos absolutamente impresentable. Si alguno está interesado le recomiendo la miniserie de Netflix: Los Entresijos de la FIFA. Queda muy bien explicado por qué se optó por esa candidatura (algunos de los que votaron a favor están en prisión por su comportamiento ejemplar y honesto).
Si la elección de Rusia en 2018 fue cuestionable, la de Qatar, seleccionada en el mismo evento en el año 2010, es un insulto a la inteligencia de cualquier persona que disfrute del deporte rey. Insulto, salvo para el Comité Ejecutivo de la FIFA que, optó por este país artificial autócrata en mitad de la nada y sin ninguna tradición futbolística, sobre otros infinitamente más preparados y atractivos.
No he querido empezar a escribir este artículo hasta ver el primer partido y observar si ocurriría lo que lamentablemente ocurrió: por un lado, el nivel de la selección organizadora, pese a tener en sus filar una decena de jugadores nacionalizados de diferentes latitudes, haber invertido en fichajes de jugadores y entrenadores de relumbrón en los últimos años y llevar casi tres meses concentrados, es de un equipo de segunda o tercera división de cualquier liga europea y, por otro, el interés que tiene el fútbol en ese país es entre cero y ninguno; no hay más que ver la desbandada de la hinchada qatarí en el segundo tiempo ante el ridículo espantoso de su equipo. Al final de partido, sólo se veían en el estadio las camisetas amarillas de la torcida ecuatoriana.
Pero esto es sólo uno de los múltiples desatinos de esta decisión. Aquí enumero otros:
- Se han tenido que cambiar las fechas de celebración del torneo para que no se tuvieran que soportar temperaturas absolutamente inhumanas para la práctica de cualquier actividad deportiva, por mucho que los estadios tuvieran aire acondicionado.
- Se han suspendido las competiciones nacionales en un gran número de países durante dos meses para encajar esta Copa del Mundo. Esto ha producido un gran número de lesiones por acumulación de partidos y jugadores que se han borrado de partidos o los han jugado al ralentí por el temor a lesionarse y aun y así, el número de bajas no es menor. La última el actual balón de oro, Karim Benzema. Se podría decir que este año las ligas y torneos nacionales y continentales han pasado a un segundo plano en importancia y algunos hablaran hasta de adulteración de dichas competiciones.
- Se ha invertido veinte veces más en la organización de este evento que lo que se destinó en Brasil 2014, que hasta esta edición ocupaba la primera plaza, aunque ahora su cifra, en su momento escandalosa, se podría pensar que es ridícula. La cifra de casi 300.000 millones de USD de esta edición es indecente.
Hasta aquí he intentado mostrar únicamente argumentos deportivos que servirían para desterrar a Qatar como sede de la Copa del Mundo de Fútbol.
Sin embargo, al margen del peso e importancia de los anteriores, hay otros que no son menos ciertos y que están relacionados con el título del artículo.
El uso que han hecho ciertos gobiernos de algunos países siendo la sede de un gran evento deportivo para mostrar al mundo las bondades del mismo, no es algo nuevo. Nos podemos remontar a los JJOO de Berlín en 1936, donde Hitler, además de mostrar el poderío alemán como nación, también pretendió que la raza aria destacara por su supremacía física; una pena que le saliera una piedra en su bota de caña en forma de Jessie Owens.
También la dictadura de Videla en Argentina en 1978 utilizó la Copa del Mundo de Fútbol, que casualmente ganaron tras un triunfo extraño ante Perú que les clasificó para la final ante Holanda, como escaparate de la seriedad de un país que, coincidiendo con la celebración del campeonato seguía cometiendo asesinatos entre los opositores a esa deplorable junta militar. Eso sí, entre los amantes del fútbol, siempre recordaremos la final en la que el delantero argentino Mario Alberto Kempes deslumbró con esa melena yeye de la época y esas medias bajadas propias del fútbol canchero y callejero de la época.
Ahí no quedó la cosa, años después podemos hablar de Rusia en 2018 y la guinda del pastel, Qatar 2022, donde las palabras del botarate de su presidente, el suizo Gianni Infantino, justificando la decisión con argumentos pueriles y ridículos no hace otra cosa que afirmarme que pretende tratarnos a todos los que nos gusta el fútbol, como idiotas. Pobre hombre; no se da cuenta que este deporte es lo que es y tiene la trascendencia que tiene a pesar de quienes lo dirigen, tanto a nivel internacional, como en muchos casos a nivel nacional (como ejemplo, el presidente de la Federación Española de Fútbol; personaje de opereta donde los haya).
Si Qatar y la FIFA creen que la imagen de ese país y esa organización va a salir reforzada tras la celebración de este evento, están muy equivocados. Las muertes en la construcción de las instalaciones por sus inaceptables condiciones de trabajo, las limitaciones e incluso abolición de derechos de ciertos colectivos, la supresión de libertades de movimiento y expresión y de otros derechos humanos, la autocracia de sus gobernantes y su soberbia desmedida no van a ser enterradas por muchos miles de millones que hayan derrochado en su organización.
Puntualizado todo lo anterior dándole todo el eco que se merece para al menos manifestar nuestra disconformidad por lo acaecido y lo que es más que probable que seguirá pasando en el mundo del fútbol y en este trozo de desierto repleto de gas (otro punto a considerar en el apoyo de ciertos países a esta candidatura), ahora convendría ser consecuentes y dejar en un muy segundo plano si Messi gana su primer mundial, si Vinicius le quita protagonismo a Neymar en la selección carioca o si la selección española de nuestro querido Luis Enrique, plagada de imberbes jugadores, da la sorpresa y coloca la segunda estrella en su camiseta.
De lo anterior, sabremos en un mes. De lo realmente importante, me temo que seguiremos comportándonos como una sociedad tibia y comprometida más en el decir que en el hacer o como decimos en España, de boquilla.
Por gallardía y valentía pongamos un poco de sordina a este Mundial. Que se note que nos queda algo de bonhomía y sensibilidad.