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En algunos de mis artículos anteriores ya dejaba constancia de que lo de vivir en un mundo más o menos sosegado, donde a los problemas que fueran surgiendo se les propusieran soluciones razonables, equilibradas y en la medida de lo posible consensuadas, era algo del pasado y que por ende nos deberíamos acostumbrar a navegar en unas aguas permanentemente turbulentas.
Si para momentos de una cierta calma esa razonabilidad y equilibrio en las soluciones o en la manera de gestionar los nuevos problemas que iban apareciendo era algo necesario, con lo que nos está tocando vivir en los últimos años, esa manera de proceder debería ser un must. Sin embargo, nos encontramos con que el nivel de sectarismo y fanatismo, envalentonado por esa catarata de desinformación o información conscientemente tendenciosa existente en muchas plataformas sociales, en especial en X (anterior Twitter) y en cierta prensa o panfletos periodísticos, hace que las posiciones se extremen de tal manera que la gestión de los conflictos sea prácticamente imposible. Se ha impuesto un maniqueísmo que impide avanzar porque es más importante ver la paja en el ojo ajeno para desacreditar, que apostar y lograr consensuar posturas.
Y todo ello afecta no a un país en concreto, o a un determinado conflicto internacional, a una determinada área geográfica o problema financiero o económico específico: el choque se extiende en todo lugar y para cualquier tema. Algunos casos a modo de ejemplo.
Desde hace un par de semanas ha saltado a la arena el sempiterno problema palestino-israelí. Llevamos desde la resolución de la ONU de 1947 dando “patadas hacia delante” a un conflicto que llegado el momento en el que estamos es prácticamente imposible de resolver.
El trato desequilibrado e hipócrita de los países occidentales, en especial de EE.UU., en el modo de proceder con este tema buscando una solución que pudiera ser “aceptable” y ecuánime para ambos pueblos, nunca ha existido. El poder, la influencia y el dinero de la comunidad judía en especial en ese país han hecho que su apoyo en favor de uno de los contendientes nunca se haya cuestionado, incluso cuando han tenido motivos más que suficientes para cortarles el grifo y/o al menos cantarles las cuarenta (que diríamos en España); no interesaba.
Algo se logró con los acuerdos de Camp David, hace 50 años, o de Oslo más adelante. Sin embargo, pese a su trascendencia reconocida incluso con premios internacionales a la concordia…, ha quedado demostrado que fue una simple cortina de humo que poco a poco se ha ido disolviendo como un azucarillo. Poca voluntad de arreglo mostraban unos, otros y los aliados de unos y otros.
Esto ha desembocado en una nueva guerra en la zona en estos 75 años. Lo de guerra no deja de ser un calificativo eufemístico periodístico para abrir portadas en los diarios porque la realidad demuestra que el conflicto bélico no ha cesado en todo este tiempo.
Por un lado el terrorismo atroz, injustificado y deleznable de Hamás, con el apoyo de Irán y otros grupos armados que buscan la eliminación de Israel como país y que en su agresión desmedida buscan su modus vivendi y la razón de su existencia; por otro, un gobierno de extrema derecha corrupto, despótico y ultranacionalista que busca acallar sus revueltas internas que se alzaban por el intento desmedido de acabar con la división de poderes en una “supuesta” democracia, creando un “ficticio” frente común cuyo objetivo no es otro que los palestinos no sólo no tengan su propio territorio gestionado sin su injerencia, sino provocar una salida en masa de sus habitantes (ya se habla de casi 800.000 personas desde el inicio de las últimas hostilidades). ¿Cómo se debe llamar este tipo de acciones provocadas por el ejército israelí que se suman a las continuas matanzas de civiles en los territorios palestinos aludiendo legítima defensa o meras acciones de prevención ante ataques futuros? ¿La muerte despiadada de bebés israelitas es más atroz que la de los palestinos? ¿Dónde queda el respeto al derecho internacional? El derecho a defenderse ante una agresión siempre cabe y es justificable, pero ¿cuándo deja de ser defensa legítima y pasan a ser crímenes de guerra? No hay que olvidar que al igual que el pueblo israelita tenía derecho a tener “su país”, en la citada resolución de la ONU, el pueblo palestino (árabe en aquel momento), también lo tenía, si bien nunca la aceptaron por la clara inequidad del reparto de la tierra que se hizo; y por último, en medio de estos dos extremos, una comunidad internacional tibia, de países árabes y occidentales, incapaz de agarrar el toro por los cuernos y entrar en el fondo del problema, buscando parchear el mismo con ayuda económica, innumerables reuniones de cara a la galería y declaraciones pomposas y vacuas, cuando lo que se requiere es una “operación a vida o muerte”.
Todo ello nos avoca a una crisis permanente que seguirá siendo un ejemplo de la incapacidad que tenemos para resolver conflictos; ahora más que nunca.
Este terremoto en Oriente Medio ha hecho que otros conflictos transfronterizos de profundísimo calado y también de casi imposible solución y no me refiero sólo a la guerra en Ucrania, hayan pasado a un segundo plano y con eso se les da argumentos a los gerifaltes de las grandes potencias para tomarse un respiro en su misión de afrontarlos con más o menos éxito; otro ejemplo de patada para delante y ya veremos qué pasa.
Pero si este es un ejemplo multinacional (o de bloques como se denomina en estos momentos) de este mundo que nos toca vivir, a nivel local no estamos mejor ni mucho menos.
Del momento que vive la política española desde hace unos años, con un Presidente que parece estar dispuesto a lo que sea con el único fin de mantenerse en la poltrona cuatro años más y una oposición coqueteando con la extrema derecha populista y antediluviana y con un rumbo errático en el camino que quiere seguir, ya hablé en el pasado artículo (#notodovale) publicado hace algunas semanas. Desde entonces, aquí seguimos con medias verdades, ocultaciones, reuniones secretas, cambios de opinión, acusaciones tendenciosas y demás zarandajas que, pese a la importancia crucial del momento en el que estamos es tratado por la clase política que tenemos como un circo.
¿Y qué me dicen de Argentina? La verdad es que pasan los años y se siguen superando en su despelote genético. No les vale ser el país más rico de Latinoamérica, ni haber ganado el último mundial de fútbol, para ellos una religión que inventaron, los políticos no son capaces de poner orden en una sociedad empobrecida año tras año, con niveles de corrupción y nepotismo ingentes y unas tasas de inflación que para este año se acercará, como mínimo a 150%.
Hace unos días se celebró la primera ronda de las elecciones presidenciales y nos encontramos con tres candidatos que son una muestra muy fiel del estado del país: un bufón de opereta: populista, histriónico, megalómano, negacionista de la dictadura militar, descerebrado, que busca sacar partido del hastío más que justificado de sus compatriotas, que sin ánimo de ofender a nadie, ellos tienen mucha culpa de estar como están; otro, cuyo principal logro ha sido desde el Ministerio de Economía llevar al país a una crisis económica sin precedentes (una más) y que quiere aprovechar el sempiterno mito peronista para alcanzar el poder y, por último, una tercera candidata, que dada la polarización existente también en ese país, pareciera que se ha quedado en terreno de nadie y que está más pendiente de mirar a los dos extremos del tablero político para ver qué proponer que en la defensa de su propio programa.
Como era muy lógico vista la situación, pasaron al balotaje (segunda vuelta) los dos extremos ¡Vaya papeleta que tienen! No les auguro un futuro muy halagüeño, aunque no nos engañemos, así llevan décadas y entre la riqueza natural de la que disponen y algún que otro éxito deportivo, real o que creen que les envalentona más si cabe, son capaces de seguir adelante e incluso se les llega a considerar como uno de los nuevos países de los que componen el famoso grupo Brics. Cuanto menos, curioso.
Este es nuestro mundo hoy. Mañana habrá nuevos problemas que ganarán protagonismo a costa de los de hoy y que pondrán de manifiesto que el principal reto para la supervivencia de la humanidad no es el cambio climático y los desastres naturales derivados del mismo: nuestro verdadero problema está en las personas y su egoísmo, su falta de escrúpulos y de entendimiento para lograr una sociedad más justa y en paz.