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Salvo el triunfo de Egan Bernal en el Giro de Italia, en Colombia las noticias de las últimas semanas nos llenan de desasosiego todos los días. Es inevitable que el repaso de los acontecimientos diarios inunde de angustia y desasosiego a quienes queremos que este país no se pierda en el desastre. Tan grave es la situación, que los más de 500 muertos diarios por covid parecieran no estar en primer plano. Finalmente la pandemia tiene su ciclo y ella sola irá descendiendo de su pico, que será más prolongado y dramático por las aglomeraciones, pero la situación política y económica todavía no toca fondo, y el panorama es muy desalentador.
Produce desesperanza y escozor la destrucción del empleo, la vandalización de los sistemas de transporte público, la violación del patrimonio cultural, los ataques a las ambulancias, el incesante bloqueo de vías, la pérdida de vidas y las personas afectadas en las manifestaciones, tanto del lado de los manifestantes como del de la fuerza pública que trata de contenerlos.
Las consecuencias de este caos se medirán no solo en estas gravísimas pérdidas humanas y materiales inmediatas, sino en el futuro cercano. El Gobierno ha demostrado incapacidad para manejar el orden público y la ciudadanía se siente desprotegida frente al vandalismo. Sí, hay vandalismo, no usemos eufemismos. Está claro que hay una campaña de reconocimiento del derecho a la protesta, pero esto se salió de madre. Las cosas son como son. Los vándalos están atacando los bienes jurídicos esenciales y el Gobierno no ha hecho lo suficiente, y hay quienes esperan que lo haga para continuar con la campaña de desprestigio internacional que tanto daño nos hace.
Los miembros del Comité del Paro dicen que no están detrás de los actos de destrucción, pero tampoco hacen nada diferente a emitir comunicados tibios y en ningún caso han llamado a la cordura y a la reflexión. Varios manifestantes dicen que el Comité no los representa, entonces uno se pregunta si la negociación, además de no tener agenda clara, tampoco tiene interlocutor claro. No sabemos ni qué se negocia, ni con quién, ni cómo se van a levantar los bloqueos si no los causan los llamados a levantarlos.
Como si el conteo diario de pérdidas no fuere suficiente, causa también desasosiego la falta de representatividad de quienes han expresado su deseo de ser candidatos. Tras un mes de paro, no dicen nada relevante, nada que muestre un camino de solución, ni una propuesta de cambio, algo que genere en sus futuros votantes la idea de que conocen el camino de la solución.
Si las elecciones fueran hoy, la contienda sería Petro vs voto en blanco, lo que es muy preocupante, no solo porque Petro está sentado en su casa viendo cómo el incendio le suma votos, sino porque en esa orfandad en que estamos unos y otros, está claro que tampoco es el legítimo representante de los indignados, los descontentos, los que de verdad quieren un cambio en este país, porque Petro, además de incendiar, no ofrece una alternativa de cambio. No pudo con Bogotá, no podrá con el país. Distinto sería que hubiera un candidato competente de izquierda al que las reglas de la democracia le dieran la oportunidad de gobernar para que todo el mundo tuviera la oportunidad de sentirse representado, pero en un panorama de desinstitucionalización como el actual, la elección de Gustavo Petro es un riesgo que el país no debería correr. Con instituciones fuertes los países aguantan. En este panorama en que la gente no le cree al Gobierno, ni al Congreso, ni a la Policía, ni a los jueces, ni a los entres de control, los estragos de la incompetencia pueden conducirnos a destinos que hoy no podemos calcular.