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Analistas 04/09/2020

La cancha empinada

Inés Elvira Vesga
Socia de Holland & Knight
INES-ELVIRA-VESGA

Sebastián* vive en un municipio cercano a Bogotá, a solo dos horas de distancia de la capital del país. Su papá, un campesino de 38 años es analfabeta, trabaja como administrador de una finca de la zona, y toda su vida se ha dedicado al campo. Su mamá, apenas sabe leer, no hizo ningún grado de escolaridad. Sebastián tiene 10 años, está en cuarto de primaria en la escuela de la vereda en la que vive. Al comenzar la pandemia, la escuela de Sebastián optó, como lo indican los decretos de Gobierno, por hacer clases virtuales y el resultado fue el esperado: pocos niños pudieron atender las clases pues no cuentan con computadores, internet. Como resultado de esto, la escuela diseñó unas guías con trabajos para hacer en casa que deben enviarse al WhatsApp de la profesora al finalizar la semana.

Tuve la oportunidad de ayudar a Sebastián a hacer sus tareas durante dos días, y luego de dicho ejercicio, confirmé mi conclusión de que en nuestro país hay poblaciones enteras cuyo único destino es la pobreza. Sebastián ya superó a sus padres dado que lee y escribe, pero no puede ser esa la medida de progreso cuando niños de su misma edad, que por un golpe de suerte nacieron o se educaron en hogares con recursos, no solo leen y escriben sin dificultad, sino que lo hacen en al menos dos idiomas, con acceso a las últimas plataformas tecnológicas, libros de texto importados y profesores bilingües. Niños en cuya educación sus padres invierten mucho tiempo y recursos y que desde ya, a los diez años, tienen garantizado que, sin importar las vueltas que les de la vida, serán profesionales.

Mientras los niños afortunados aprenden matemáticas con métodos del primer mundo, y a edades tempranas suman, restan, multiplican y dividen con un divertido sencillo método que los iguala con cualquier niño educado en un país desarrollado, Sebastián debe aprender a multiplicar con la siguiente explicación, la cual se le pide poner en práctica en el ejercicio siguiente: Multiplicar es sumar números iguales un determinado número de veces. Siguiente pregunta, cuánto es 7 x 8. Ante la imposibilidad de resolver el ejercicio, Sebastián acude a su mamá, que no sabe cómo multiplicar y ambos se declaran derrotados. En el siguiente ejercicio, esta vez de historia, debe transcribir en su cuaderno dos largos párrafos sobre la batalla del 7 de agosto. Al cabo de treinta minutos, Sebastián, orgulloso, me muestra su cuaderno en el que con total pulcritud ha hecho la transcripción sin errores. Le pregunto entonces, de qué se trataba y se queda en silencio. Le pido que lo vuelva a leer y me cuente y es incapaz de explicar con claridad el contenido, pero no importa… ya tomó la foto del cuaderno y aprobará la tarea asignada, y con ese conocimiento adquirido y los que vienen, pasará el año, con mucha suerte presentará el examen de estado, obtendrá una nota deficiente y hasta ahí llegará su sueño de ser profesional.

Esta es Colombia, desigual desde sus orígenes, injusta y segmentada sin solución a la vista. Tenemos muchos problemas, pero no se me ocurre uno más grave que el de la educación, pues es allí donde está el origen de todo lo demás. Este es un caso real, de un niño que en las estadísticas oficiales tiene acceso a educación gratuita, lo cual es cierto, pero la pregunta es, si este tipo de educación está haciendo algo para que en el futuro, Sebastián se encuentre en igual de condiciones con los niños de su edad que hoy tienen acceso a educación de buena calidad. No es solo un tema tecnológico y de conectividad, el problema es la pésima preparación de los profesores oficiales que salvo muy escasas excepciones, no se preparan, no se actualizan, no se dejan evaluar y se cobijan bajo el manto abrazador de Fecode, que ya anunció que no volverá a las aulas en lo que queda del año y que seguramente entrará en paro una vez opte por volver. Sí a la vida, sí a la salud, si a la educación, no a la alternancia se lee en su página web.

Si la vida fuera un partido de futbol, habría que decir que más de la mitad de Colombia juega en una cancha empinada, llena de huecos y en desnivel, mientras que el resto, juega y así seguirá haciéndolo, en una grama plana y bien demarcada, a la cual además se le añadió un aviso que dice: Prohibido el paso.

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