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Al inicio del periodo académico que acaba de concluir, inicié mi clase de Laboral Individual II, haciendo un ejercicio en el que mis estudiantes bajo un parámetro lógico y partiendo de sus conocimientos sobre la relación entre trabajadores y empleadores, debían construir las que creían eran las obligaciones y prohibiciones de las partes del contrato de trabajo. La respuesta que más me llamó la atención, fue una que versaba lo siguiente en el acápite de obligaciones del empleador: “Dar café y galletas”. Me llamó la atención, no solo por la especificidad de la obligación, sino por la lógica detrás del asunto, que es básicamente el pensar en la amabilidad que para cualquiera sería lógico, pero entenderla como motivo de obligación. Un café y unas galletas, parecen salirse de lo lógico, no se le niegan a nadie, menos a una persona que trabaja al interior de una empresa en la que el recurso humano siempre será vital. Sin embargo, a veces hay que hacer obvio lo que es obvio o lo que es lógico.
Más adentrado en el tiempo, en algún espacio de café o desayuno, un amigo preguntó por mi opinión sobre un proyecto de ley que ha pasado desapercibido sobre el denominado “Beneficio de Alimentación al Trabajador”, y que básicamente propone que los empleadores le brinden a los trabajadores de hasta dos salarios mínimos un beneficio en cualquiera de tres formas: 1. La instalación de comedores (esos famosos casinos): 2. Acuerdos con establecimientos o restaurantes; 3. Entrega de vales o tarjetas convertibles en alimentos en establecimientos por un valor mensual equivalente a 3 UVT. La realidad, es que mi primera reflexión fue pensar que se había creado una ley enfocada en mover el negocio de unas pocas empresas que ofrecen estos vales de alimentación. Sin embargo, como la conversación sembró duda en mi cabeza y tenía en mente la clase y la percepción de mis estudiantes, me di a la tarea de ahondar un poco más, para entender si se trataba de una idea bondadosa, o simplemente el movimiento de intereses en beneficios de esas empresas de los vales.
El resultado de lo que encontré, con preguntas, respuestas y reflexiones, fue muy interesante pues suele asociarse que más beneficios laborales representan un problema de costos o de derechos, pero en este caso la realidad es que la alimentación y en particular esa idea de un beneficio de alimentación es un fenómeno que nos invita a ir mucho más allá de ese pensamiento tan simple, pues no se trata de construir un casino o que las empresas se quebrarán pagando millonadas a las empresas de los vales. Para empezar, un estudio muy importante de 2005 hechos por Christofer Wanjek para la Organización Internacional del Trabajo, muestra una relación directa de como la alimentación en el trabajo tiene incidencia en la nutrición o la desnutrición, la obesidad y las enfermedades crónicas. El estudio muestra cómo, cuando el empleador se preocupa por la forma en que se alimentan sus trabajadores, se empiezan a solucionar problemas de nutrición, obesidad y enfermedades crónicas, así como otras más comunes como la gastroenteritis. De hecho, el estudio concluye mostrando que una mala alimentación puede causar pérdidas de hasta 20% en la productividad de las personas.
Una persona bien alimentada, es una persona que tiene menos probabilidades de enfermarse, mayores probabilidades de mantener la concentración mental y de asumir la carga física en los trabajos que se requieren. De la misma manera que está demostrado que la niñez bien alimentada garantiza adultos inteligentes, sanos y eficientes, los trabajadores y trabajadoras bien alimentados garantizan trabajo saludable y productivo. El tema está en pensar desde la posibilidad y no desde la imposibilidad, destacar lo positivo para entender las bondades que podría traer un beneficio que es positivo en general para trabajadores y empresas.
¿Y cómo es pensar en la posibilidad y no en la imposibilidad? Fácil, así como yo lo pensé hay muchas personas, en empresas, emprendimientos y negocios de todos los tamaños, que creen que el café o el té con unas galletas de avena, un maní o un snack pequeño, hacen parte de la lógica para el bienestar y la amabilidad, nada más, no una obligación. De hecho, estoy seguro que muchas personas salen con sus equipos de trabajo a almorzar y los invitan. En otros lugares, ya se tienen esos beneficios por vía de programas de bienestar desarrollados por quienes tienen experticia en talento humano, acuerdos contractuales individuales o colectivos. ¿Cuál es el problema entonces? Estamos pensando en sesgos ideológicos, coartados a veces por una impresión de disponibilidad y en otras porque no podemos reconocer las bondades de una iniciativa, solo porque viene de un rincón político en específico.
El beneficio de alimentación a los trabajadores tiene tres formas de reconocerlo y sobre estas vale la pena ahondar para explorar las cosas buenas que puede traer el mecanismo. El primero es dar la alimentación directamente en especie, puede ser con un casino o un restaurante (cosa que evidentemente es costosa y difícil de operar), pero también puede ser trayendo los almuerzos del “corrientazo” en el que siempre se almuerza. La segunda opción es tener acuerdos con establecimientos, cosa que resulta bondadosa, incluso conversado con una persona experta en recursos humanos la idea es super interesante. Todas las personas deben comer en el trabajo o cerca de él ¿Por qué no encontrar esos sitios donde las personas ya almuerzan y empezar a entretejer acuerdos con estos establecimientos? Eso ayudaría a crecer muchísimo a las pequeñas economías y garantizaría que las personas se alimentaran de manera completa. Y por último, los vales, que realmente parecen la opción rezagada, pero que bien llevada en el tiempo, permitirá es que lo que hoy parece un oligopolio de unos pocos oferentes de vales de alimentación se pueda convertir en un mercado más amplio con mayor calidad en los vales y mejores precios.
En una visión amplia, este beneficio permite entretejer modelos económicos donde las mismas MiPyMes se fortalecen en conjunto, no solo por la productividad que pueden tener sus trabajadores y trabajadoras al estar bien alimentados, sino por que realmente, pueden tener mejores contactos con las economías barriales y populares subyacentes, como los restaurantes aledaños al lugar donde se ubican. Así, esos restaurantes también se fortalecerían y crecerían, generando a su vez mejores empleos. A su vez, permitiría que los trabajadores ahorraran un poco de dinero de su alimentación diaria, que además en muchos casos es nutricionalmente deficiente, y lo pudieran invertir en otros menesteres. Es tal vez una de las ideas más lógicas, más sensatas y potentes que se han tenido en el último tiempo en materia de trabajo, pues cuenta con evidencias empíricas e investigativas sobre la contribución en la productividad.
El debate empezará pronto y ojalá, pudiera reflexionarse desde lo técnico y desde lo humano, para ir más allá de las ideologías políticas y sesgos que muchas veces mueven los debates en el legislativo. Como todo, el proyecto puede mejorar, precisar detalles y corregirse, pero la idea, sin lugar a dudas es buena. La alimentación es vital para la salud y la salud es vital para el trabajo, así de sencillo. Cuando alguien llega a su casa usted siempre le ofrecerá un café y unas galletas, e incluso si alguien llega a su casa y usted está almorzando, le ofrecerá de comer, porque “donde comen dos, comen tres”.
¿Por qué entonces no volver esta lógica una lógica en el marco del trabajo? Para compartir un refrigerio o un almuerzo solo se necesita ser buena onda, pero como de eso a veces hace falta, pues chévere que lo volviéramos ley, para que nadie tenga dudas, que lo mínimo y básico para empezar cualquier conversación, son un café y unas galletas.