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¿Qué hacemos llamando a la sensatez, a la cordura e implorando misericordia al grupo reducido de desadaptados sociales, vándalos que han satanizado el constitucional derecho a la reunión pública y pacífica para manifestar inconformidades?
¿Vamos a seguir apelando, implorando, rechazando categóricamente y haciendo llamados ante los demenciales actos de terrorismo y destrucción de bienes privados y públicos que se han conseguido durante muchas generaciones con honesto trabajo?
¿Vamos a permitir la ignominia con la que algunos medios de comunicación exponen los macabros ataques a nuestros agentes del orden, policías y militares como si fueran sujetos extraños, hijos de otra patria?
¿Vamos a seguir permitiendo las lágrimas de tanta gente que tiene miedo, decepción y rabia por la incapacidad de ver, no solo a los desadaptados generadores de violencia, sino a sus amos, recibir y ejecutar escalofriantes órdenes delictivas para después aparecer inconmovibles y arrogantes ante una sociedad atemorizada que confunde la paz con el silencio y la complicidad?
¿Acaso nos asiste la duda de que toda esta maldad esta orquestada por un puñado de pillos que, utilizaron inicialmente la propuesta de reforma tributaria como comodín para continuar el avance de la marcha roja de odio que destilan Maduro y sus pícaros de allá y de aquí y de esa manera dar paso al socialismo rancio que acabó con la democracia y la libertad en Venezuela?
¿Tenemos dudas aún, en que esa izquierda armada que representan, y que ahora los posiciona, no como promotores de marchas, sino como incitadores al terrorismo, es la que se vale de algunos incautos jóvenes, carne de cañón, que protestan sin saber por qué, para escalar el caos con víctimas civiles y disfrazar sus macabros planes criminales en contra de las fuerzas del orden y la institucionalidad para abanderar sus aspiraciones políticas?
Ante estas preguntas la respuesta es clara: defender la democracia, sus instituciones y al Presidente elegido en 2018 por millones de colombianos. Es un respaldo que le permite, según la Constitución y la Ley, ejercer la autoridad en defensa de la ciudadanía y de la Nación.
Las Fuerzas Armadas están preparadas profesionalmente para proteger a la ciudadanía y conservar la sana convivencia. El Gobierno tiene herramientas suficientes para dominar la situación: la fuerza y monopolio de las armas, la tecnología y la especialización. Tienen la virtud para defender a los colombianos víctimas del narco terrorismo.
Bien hace el Presidente Duque al ordenar el acompañamiento militar en las ciudades, a la vez de mantener su estilo de diálogo abierto, constructivo y responsable. En este sentido no dudará en aplicar la ley, recurriendo a medidas excepcionales para restablecer el principio de autoridad y supremacía del Estado.
Ya no hay arengas, ni marchas ni banderas, ni pedidos en contra de los problemas sociales que, lógicamente existen en el país, ahora hay solo trincheras de terroristas en los mal llamados puestos de control al ingreso y dentro de algunas ciudades como Cali.
Los egos e intereses perverso
s de los que están detrás de estas provocaciones son el principio de los desequilibrios y miserias a las que desafortunadamente estamos expuestos. Los colombianos del común, que somos la inmensa mayoría, sabemos de la imperiosa necesidad de trabajar para conseguir el sustento diario y el equilibrio social.
La violencia empobrece y el fanatismo enceguece el pensamiento y el sentimiento, de manera que, no corramos tras el viento y el arrebato. Los cambios son posibles sin más sangre y sin lucha de clases, que los nuevos comunistas, fracasados en el escenario regional y mundial, quieren imponer por la fuerza.