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El término posverdad es un neologismo, una nueva palabra sin identidad propia que algunos intentan legitimar, aprovechando la falta de pensamiento critico de quienes renuncian al conocimiento de la verdad; ignoran la historia y no logran ni quieren contrastar los hechos.
Esto implica la distorsión de la realidad y la primacía de las emociones y las creencias personales sobre los hechos objetivos; es la mentira emotiva que construye hoy el discurso de los gobiernos de la izquierda Latinoamericana, expertos en influir en las conductas emotivas del odio y la división.
La ignorancia, la falta de cultura y preparación de los nuevos “líderes”, ha llevado a la popularización y adaptación del termino, en el discurso político. Hoy se pretende generar interés con afirmaciones y argumentos que parecen verdaderos, aunque en realidad no lo sean ni tengan base para serlo, a sabiendas de que esas falsedades a nadie interesa verificar y lo peor, que no tienen ni repercusión ni consecuencias para los que las originan.
La moda populista y progresista se basa en la obtención del poder como un fin, sin importar los medios y métodos. Lo que permite utilizar afirmaciones burdamente falsas o meramente probables como armas de ataque contra aquellos que piensan o sienten diferente. Saben, con conocimiento de causa, que pueden echar mano de elementos más sentimentales que racionales, aprovechando el malestar que genera la división social que ellos decisivamente ayudan a magnificar para ganar gobiernos.
La posverdad destruye la raíz de la libertad, la democracia y el uso de la razón. Quienes desde la política prueben esta tendencia saben de la maldad que contiene, saben que nada aportan al progreso y al desarrollo, saben de los escándalos y la corrupción radical con la que conviven, pero conocen igualmente la corresponsabilidad de una sociedad, que expuesta a esas mentiras o posverdades no tienen el interés en utilizar las herramientas tecnológicas para desenmascarar a sus creadores.
En nuestro entorno local, resalta el juego pro Farc que el entonces presidente Juan Manuel Santos hizo con la mencionada guerrilla en el plebiscito de 2016, las reformas a la salud, al sistema laboral, la defensa del régimen narcodictatorial de Venezuela y la llamada “paz total”, impulsada por el gobierno actual. Todos ofrecimientos políticos basados en mentiras, falacias y utopías.
Por desgracia, una nueva práctica, sintetizada en el vocablo posverdad permite que ahora, a diferencia de otros tiempos, tengamos no sólo el concepto de verdad como antónimo de la mentira, si no unos enunciados que pueden no ser verdad, pero que se consideran demasiado inofensivos para ser definidos como mentira.
En otras palabras, hoy se ha llegado a banalizar la mentira y relativizar la verdad. Así, la resistencia a los hechos, a lo objetivamente evidente, ha despertado la corriente de la posverdad, -de lo falso, de la mentira, de la estafa en el ámbito político, público o privado- una práctica manifiesta en todos los ambientes con evidencia en los políticos descarados que acomodan la realidad a sus intereses; aseguran o venden propuestas para ganar elecciones y después las cambian sin un mínimo de vergüenza. Sin duda, en la reciente historia de Colombia, el expresidente Juan Manuel Santos y el presidente Gustavo Petro son paladines de la posverdad.