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Quienes trabajan el desafío de la innovación empresarial saben que es esta una de las áreas de mayor complejidad para hacer tangibles los resultados del trabajo, el esfuerzo y años de investigación. Esto puede explicarse en que las tasas de éxito son muy bajas, lo cual puede ser algo injusto a la hora de medir los resultados. Esta misma inquietud llevó al profesor Clayton Christensen, uno de los más representativos en la historia de Harvard Business School, a preguntarse si la rentabilidad podía ser la mejor medida del éxito en una organización. La respuesta es que dejarse llevar solo por los números puede ser peligroso.
En su búsqueda, este académico se hizo esta pregunta una vez más, pero con un objetivo distinto: tratar de entender cómo se media lo que nos pasaba en la vida y si a esto específicamente podíamos llamarle éxito. En el ámbito personal, son muy pocos los indicadores que tenemos para medir el éxito. Christensen volvió su pregunta un tema de investigación, así que decidió hacer seguimiento a sus estudiantes de diferentes promociones del MBA. La pregunta era puntual: ¿te consideras exitoso en la vida?
Las conclusiones fueron: una vez finalizados sus estudios y pasados unos pocos años desde su graduación, sus estudiantes se seguían considerando felices y exitosos. Pasados diez o quince años desde su graduación, el resultado ya no era tan contundente y las respuestas variaban de caso en caso. A pesar de su reconocimiento y poder, algunos altos directivos ya eran conscientes de que el tiempo dedicado a su trabajo los había llevado a separarse de sus parejas y a dejar de lado sus sueños.
Otros, por su lado, sentían un profundo arrepentimiento por no dedicar tiempo a sus hijos o, inclusive, habían decidido no tenerlos cuando aún podían hacerlo, lo que los llevó a aprender que el tiempo jamás se puede recuperar. Otros tantos habían cambiado largas horas de trabajo y viajes continuos alrededor del mundo por su salud, la vida directiva no les había dado el tiempo suficiente para dormir el tiempo necesario, ejercitarse, cuidar su alimentación o hacerse chequeos médicos de rutina y, por ende, las enfermedades no habían tardado en aparecer. Ya, por último, muchos otros caían de manera continua en depresión.
Arthur Brooks, profesor de la Universidad de Harvard, hizo un análisis sobre el concepto de felicidad. Las conclusiones son maravillosas: cada etapa de la vida tiene sus propias dinámicas y retos. En nuestra juventud tenemos exceso de energía y vitalidad, lo cual hace que nuestros resultados profesionales sean muchísimo más altos. Dependiendo de la profesión, después de los 45 años inicia una fase de declive en nuestras carreras; ya no tenemos ideas tan originales, no pensamos tan rápido y, por ende, sentimos que somos fácilmente reemplazables.
El profesor Brooks sugiere que, para ser felices, en la segunda mitad de nuestras vidas debemos trabajar de manera inteligente y volcar nuestro papel en la vida empresarial ya no desde la acción sino desde el consejo, la experiencia y la sabiduría. Grandes personajes de la historia como Charles Darwin murieron en la más profunda tristeza porque no supieron medir su paso por la tierra y relacionaron el éxito únicamente con el trabajo. Johann Sebastian Bach, por su parte, dedicó la segunda mitad de su vida a enseñar, lo cual requiere de desprendimiento. Es probable que el éxito pueda definirse como entender nuestro verdadero lugar en el mundo, lograr la felicidad con lo que ya tenemos, aprender cada día algo nuevo.
Ser excepcional no consiste en ser perfecto sino en trabajar, explorar, viajar, preguntar y vivir por lo que realmente importa y además por desarrollar la capacidad para ayudar a otras personas a ser precisamente mejores personas.