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¿Se ha imaginado como será su empresa, su familia o su ciudad en los próximos 100 años? Es probable que no. Puede haber muchas razones, pero en el caso colombiano, algunas se relacionan con la historia del país que nos ha enseñado a decidir sobre la urgencia, dando prioridad a la inmediatez dados los prolongados periodos de guerra. Asimismo, a pesar de ser una nación relativamente nueva y que no termina de conocerse, tenemos tanta abundancia y disponibilidad de recursos, que no hay una necesidad imperiosa de realizar procesos exhaustivos de planeación y proyección como si sucede en otros lugares. Sin embargo, el mundo está cambiando.
Desde un punto de vista netamente financiero y de empresa, los ejercicios de gerencia basada en valor, que no son otra cosa que tratar de hacer tangible el futuro de las organizaciones a través de supuestos para conocer el valor construido para los accionistas, tienen un elemento muy importante y que debería ser analizado de manera más recurrente por propietarios y juntas directivas: el valor terminal. Este es un cálculo muy utilizado en la valoración de empresas ya que nos da algunas señales del comportamiento futuro del flujo de caja de nuestro negocio desde el último periodo proyectado y hasta un tiempo no determinado. Una compañía con un valor terminal importante será mucho más atractiva para un inversionista que piensa en el largo plazo, pues allí se concentrará gran parte de la generación de valor. Pero, además, tener un punto de comparación del valor de nuestras empresas en el tiempo infinito a través del valor terminal permitirá alinear mejor las decisiones en el presente para ser mejores, para diferenciarnos y para entender qué decisiones en el presente moldearán un futuro brillante en nuestras empresas.
Ahora, observemos desde el ámbito público. Hace algunos días visité los sitios web del Ministerio de Educación y el Departamento Nacional de Planeación. Aunque la educación es el eje sobre el cual se construye el futuro de los países, la visión escrita de nuestro Ministerio atiende a cumplir las metas del año 2022, lo cual pareciera que es de muy corto plazo. Por su parte, el Departamento Nacional de Planeación se atreve a ir más allá y nos habla de una organización imaginada hasta 2030, pero con un punto a favor: el DNP trabaja de manera estructurada en el proyecto visión Colombia 2050, un documento del que se debería hablar más porque este podría ser la base de muchos consensos que necesita nuestro país. Un ejercicio aún más retador sería imaginarnos a Colombia en 2120. Parece utópico, pero países como China, Corea del Sur o Israel se han servido de este tipo de ejercicios para construir los pilares estructurales que desde el presente apuntan a cumplir con sus objetivos como nación en el largo plazo.
Ahora bajemos un escalón adicional y hablemos de nuestras familias: ¿hemos imaginado cómo será nuestra familia en los próximos 100 años? El ejercicio se plantea más que interesante porque involucra no solo nuestra vejez, sino la de nuestros hijos y la de los hijos de nuestros hijos que, desde una óptica positiva, consistiría en alinear el presente, nuestras decisiones familiares y la forma sobre la que se sientan las bases para construir una tercera generación, tema fundamental para las empresas familiares, por ejemplo.
Los seres humanos sobreestimamos y nos ocupamos en exceso por lo que podemos hacer y cumplir en el corto plazo, pero subestimamos lo que podemos hacer en periodos de diez, cincuenta o hasta 100 años. Pensar en el largo plazo puede ser la forma que marque la diferencia a la hora de pensar y construir, sobre todo, si del futuro se trata.