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Es innegable que desde el lanzamiento del teléfono móvil iPhone en 2007, la industria de la telefonía celular y en particular la de los dispositivos móviles ha evolucionado a pasos agigantados.
Algunos fabricantes que otrora fueran los líderes de esta industria, como Motorola, BlackBerry, Nokia y Sony, han pasado a un segundo plano y su participación de mercado a nivel mundial ha llegado a niveles irrisorios. El ciclo de diseño, creación y lanzamiento al mercado de los productos también ha venido cambiando y de una u otra forma, el momento en que Apple anuncia un nuevo dispositivo, determina el calendario de los demás fabricantes.
Compañías como Samsung y LG, tratan de programar sus lanzamientos de manera que haya suficiente tiempo entre los mismos y los de los nuevos iPhones, de manera que los mensajes y las campañas publicitarias no se confundan o se diluyan en los ojos de los consumidores.
Este año, todo indica que el gigante coreano Samsung, quien por ya varios años venía haciendo dos lanzamientos al año, programados en el primer y tercer trimestre, tomó la decisión estratégica de adelantar la salida al mercado de su producto “Note”, un dispositivo que por el tamaño de su pantalla en algún momento fue considerado como un híbrido entre un teléfono y una tableta. Se rumora que la razón principal de esta movida estuvo relacionada con el hecho que el mercado en general tenía expectativas muy pobres sobre lo que pudiera contener el nuevo iPhone 7, es por esto que con la decidida y loable intención de continuar en su carrera por ganar terreno a su archirrival, los coreanos aceleraron el proceso de diseño y construcción de su nuevo aparato.
Desafortunadamente para la compañía y para millones de ansiosos usuarios que corrieron a reemplazar sus teléfonos inteligentes a mediados de agosto, esta vez el viejo adagio que reza que el que “pega primero pega dos veces”, no aplicó. Todo indica que el afán por anticiparse a su acérrimo competidor, pudo haber producido fallos en el control de calidad y han puesto a Samsung en una situación difícil y cuya solución le costará miles de millones de dólares además de un serio daño a la credibilidad y reputación de la marca.
Sólo un par de semanas después de que el producto estuviera en el mercado, empezaron a aparecer multitud de quejas de usuarios que reportaban que las baterías de los teléfonos se calentaban en exceso y en algunos casos explotaban, con el correspondiente daño a lo que estuviera a su alrededor. Días más tarde, la compañía reconoció el problema y organizó una campaña de información y educación al usuario con el fin de reemplazar los teléfonos a la mayor brevedad posible. El asunto ha tomado proporciones nunca antes vistas (a pesar de que según el fabricante la falla solo ocurre en menos del 1 por mil de las unidades), haciendo que el gobierno federal de los Estados Unidos haya tomado cartas en el asunto e incluso aerolíneas y otros operadores de transporte masivo han empezado a alertar a sus usuarios y a prohibir el uso del teléfono en cuestión dentro de aviones, trenes y vehículos.
En ocasiones anteriores, Samsung había estado al otro lado de la batalla y aprovechó la debilidad de su competidor para empujar su marca. Esto sucedió en 2010 cuando Apple lanzó el iPhone 4 y días más tarde tuvo que reconocer que se habían encontrado problemas de señal debido a la ubicación de las antenas, lo cual los obligo a ofrecer a los primeros compradores un accesorio gratis y unos años más tarde cuando el iPhone 6 también fue protagonista de otro escándalo porque los teléfonos se doblaban con demasiada facilidad.
En ambas ocasiones el mismo Samsung e incluso otras marcas no relacionadas con la industria como KitKat y Heineken se dieron gusto ‘trolleando’ a la manzana por medio de memes y juegos de palabras.
Queda claro que este juego de las empresas tecnología es a largo plazo y por lo tanto da la oportunidad de desquitarse y que un descuido o simplemente el dejarse llevar por el afán de aniquilar a sus competidores, puede tener consecuencias desastrosas.