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La red social Facebook ha estado en el ojo del huracán en los últimos meses debido a múltiples reportes e investigaciones que apuntan al uso de la misma para la manipulación de noticias y de información con fines perversos, en particular ligados a la supuesta interferencia de gobiernos extranjeros en los procesos electorales de Estados Unidos.
Aunque Facebook se haya echado la culpa y haya empezado una campaña de auto-control y se esté enfocando en desarrollar mecanismos para evitar la propagación de las llamadas “fake news” o noticias falsas, no hace falta ser un experto en tecnología para darse cuenta que el problema va mas allá de esos esfuerzos.
El problema no es la publicación de noticias falsas, la gente normalmente sabe diferenciar prensa amarillista de prensa seria en papel pero los medios digitales tienen el poder de disfrazar la información de una manera muy particular.
Por cientos de años la información y la misma historia de la humanidad se ha transmitido de boca en boca y todos sabemos que ese mecanismo de difusión es extremadamente propenso al ruido y a la distorsión de la información.
Los mismos evangelios que son parte fundamental de la religión católica, han sido criticados por generaciones por el hecho de haber sido historias transmitidas oralmente sin ningún rigor histórico y con la influencia de las situaciones y vivencias de quienes llevaron el mensaje de un lugar a otro. Con la evolución de la tecnología, la popularización del internet y de las redes sociales, se ha creado un sistema de difusión de la información donde las barreras de entrada son prácticamente inexistentes.
Hoy en día cualquier ciudadano con acceso a un computador o a un teléfono móvil es capaz de generar contenido noticioso que en cuestión de minutos puede viralizarse y transpasar fronteras, llegando a miles e incluso millones de personas. Las redes sociales tienen mecanismos inherentes que incentivan la compartición y la batalla por la popularidad por encima de todo.
El fenómeno de las noticias falsas siempre ha existido, lo que pasa hoy en día es que se ha visto agravado por un factor con alcance global: el internet. Los medios digitales manejan toneladas de información y se han convertido en un canal de comunicación en el que las noticias circulan por la red de boca a boca, viajan a distintos países, se traducen a cientos de idiomas y son leídas por millones de personas.
Por suerte o por desgracia, el acceso a internet ha puesto al alcance de millones de ciudadanos, cantidades inimaginales de información, ya sea verídica o fraudulenta y ha dejado al criterio del ciudadano de “a pie”, el poder de creerla y de diseminarla sin importar su naturaleza o su validez.
El problema de la diseminación indiscriminada de la información falsa está centrado en el hecho de que a nivel global tenemos una sociedad con mayorías ingenuas y sin educación, que son fácilmente manipulables. Estamos rodeados de “amigos” que de manera irresponsable comparten cualquier contenido que leen en la red sin detenerse a verificar su validez.
Este fenómeno no se soluciona con tecnología o con ejercitos de personas haciendo revisiones de lo que la gente publica en Facebook como lo ha planteado el mismo Mark Zuckerberg (porque igualmente las noticias llegan por sistemas de mensajería como Whatsapp donde no existe la posibilidad de ese control).
La tecnología puede colaborar en la verificación de fuentes, pero el problema de fondo, como muchos otros de la sociedad actual, en especial en países subdesarrollados, solo se soluciona a través de la educación.