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La frase “lo perfecto es enemigo de lo bueno” es particularmente relevante en el ámbito actual de las redes sociales, donde plataformas emergentes como Bluesky intentan abrirse paso en un terreno dominado por gigantes establecidos como X (antes Twitter) y Threads de Meta. A pesar de las evidentes debilidades de estos, como la percepción de sesgos, la falta de innovación o los cambios que alienan a sus usuarios, la realidad es que migrar usuarios a una nueva plataforma no es solo un desafío tecnológico, sino un problema profundamente humano y social.
Bluesky, una plataforma que surgió inicialmente como un experimento de redes sociales incubado dentro de Twitter, ha cobrado vida propia desde que se independizó, especialmente tras la adquisición de Twitter por Elon Musk y su transformación en X. Diseñada para ser una alternativa más abierta y equitativa, Bluesky ha experimentado un crecimiento masivo, alcanzando los 24 millones de usuarios tras las recientes elecciones en Estados Unidos. Este aumento explosivo en popularidad puede atribuirse, en parte, al descontento generado por el apoyo público de Musk a Donald Trump, lo que motivó a muchos a buscar un espacio diferente Bluesky ha captado la atención de quienes buscan una alternativa más transparente, descentralizada y equitativa. Su propuesta parece estar alineada con las crecientes críticas hacia las prácticas comerciales opacas y las controversias que rodean a las grandes tecnológicas. Sin embargo, la historia reciente muestra que las buenas intenciones y una misión clara no garantizan el éxito. Threads, por ejemplo, con toda la fuerza de Meta detrás y la integración con Instagram, no logró mantener el interés inicial y podríamos decir que es una red “zombi”.
El problema fundamental radica en el costo emocional y práctico de cambiar una costumbre. Los usuarios no solo ven las redes sociales como herramientas; son espacios donde ya han construido conexiones, hábitos y redes personales. Abandonar eso para adoptar algo nuevo implica una fricción considerable, incluso si la nueva opción promete ser más justa o menos sesgada. La idea de justicia e imparcialidad, por más ideal que sea, no es necesariamente un argumento lo suficientemente poderoso como para que millones de personas se tomen el tiempo de migrar y empezar de cero.
En otros formatos mediáticos, hemos visto cómo las plataformas que se posicionan claramente en un espectro ideológico o que priorizan la autenticidad sobre la imparcialidad han logrado captar audiencias masivas. Cadenas como FOX, a pesar de las críticas por su parcialidad, han consolidado su lugar en el mercado al enfocarse en un público específico con un mensaje claro.
La lección aquí es clara: el éxito en medios y redes no depende de ser perfecto, imparcial o incluso de ser mejor; depende de resonar con la audiencia de una manera que genere conexión y compromiso. Los nuevos jugadores pueden tener una visión atractiva, pero si no logran romper la inercia de los hábitos consolidados, su propuesta, por más ética y prometedora que sea, corre el riesgo de quedarse en el olvido.
Este dilema pone de manifiesto una verdad incómoda: ser justo, ético o menos sesgado no siempre es suficiente para captar atención en un mundo saturado de opciones. El éxito de plataformas como TikTok, pareciera basarse en no solo aspirar a ser diferentes, sino también a ser irresistibles y de alguna manera adictivas. En el campo de batalla de las redes sociales, como en la vida misma, lo bueno o simplemente, a lo que estamos acostumbrados, sigue siendo más poderoso que lo perfecto.