MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
No han transcurrido ni dos semanas desde las elecciones legislativas en Colombia para que el tema del fraude electoral empiece a sonar en los medios. La Procuraduría General de la Nación confirmó que suspenderá a la representante a la Cámara de Representantes y senadora electa del Partido Conservador, Aída Merlano, debido al hallazgo de dinero y tarjetones en su vivienda, el domingo pasado en pleno día de elecciones. De acuerdo con la acusación de la Fiscalía, a los votantes se les pagaba por zonificar y luego por votar, al igual que a los cabecillas que coordinaban la logística de la operación. Se estima que a diario se movían mas de $300 millones y como mecanismo de presión a los votantes comprometidos con la campaña, se les retenían las cédulas.
El mecanismo de compra de votos no es algo nuevo, seguramente ha estado presente en los procesos electorales colombianos por décadas y su utilización no solo ha trascendido en tiempo sino que ha permanecido inalcanzable para las autoridades electorales a pesar de las campañas de concientización ciudadana. Cada dos años el tema vuelve a tomar relevancia y se habla de soluciones radicales como instituir el voto obligatorio, la implantación del voto electrónico y hasta la utilización de la tecnología de “blockchain”, como posibles mecanismos para reducir el fraude electoral. Finalmente, no se ha hecho nada y seguimos votando a la usanza del siglo pasado, dependiendo de tarjetones de papel y jurados que cumplen una función rutinaria que para muchos no tiene sentido.
En los Estados Unidos, es posible que el mecanismo de compra de votos también exista y se utilice a cierta escala, pero al igual que en otros temas como el transporte, la educación y la salud, los estadounidenses nos están sacando la delantera en como utilizar la tecnología de una manera elegante para influenciar elecciones. Esto quedó demostrado esta semana gracias a la filtración realizada por Christopher Wylie, exempleado de la firma Cambridge Analytica, quien reveló como se utilizaron datos de Facebook para perfilar psicológicamente a decenas de millones de electores para luego dirigir anuncios enfocados a tocar sus puntos álgidos con información subversiva en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 al igual que en la campaña a favor del famoso “Brexit”.
Este nuevo escándalo ha hecho temblar las acciones de la compañía Facebook y nos abre los ojos a una nueva fase en la historia de la propaganda política, donde el análisis de datos y perfiles en redes sociales es utilizado como una poderosa arma algorítmica para manufacturar e influenciar percepciones a favor o en contra de un determinado candidato. El objetivo de estos sistemas es el distorsionar la percepción de los votantes y crear climas enrarecidos y enardecidos que puedan ser capitalizados políticamente. Wylie dice que lo que hicieron fue “un experimento inmoral, en el que se jugó con la psicología de todo un país sin su conocimiento”, pero al mismo tiempo no se atreve a confirmar el nivel de que tenido en la elección.
La existencia de una herramienta que es capaz de analizar la información proveniente del “grafo social” de una población con el fin de entender el tipo de mensajes, el formato, el contenido, el tono y la frecuencia a la cual son susceptibles los usuarios individuales, debería ser tan preocupante como nuestra subdesarrollada compra de votos tanto en Colombia como en México donde también se avecina un proceso electoral complejo y trascendental.