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En mi anterior columna, expliqué que las figuras públicas que apoyaron a Gustavo Petro y hoy posan de arrepentidos son grandes responsables de la situación actual del país. Pero ese ‘desencanto mamerto’ no solo los ocupa a ellos, sino también a los ciudadanos ‘del común’.
Es habitual escuchar a amigos que votaron por Petro quejarse de la situación económica del país; que las cosas están caras, que no hay empleo, que la inseguridad está desbordada. A ellos, a diferencia de a los famosos, es importante arroparlos y mostrarles que la presidencia de Petro no es mala porque él sea un narcisista, incompetente o corrupto, sino porque la utopía socialista es, por su naturaleza, una pésima utopía. No hay ningún dirigente socialista que tenga buena gestión, sencillamente porque el resentimiento no lleva al progreso.
En España, por ejemplo, estamos viendo una gran horda de desencantados con Pedro Sánchez; quien, además de llevar a cabo la fallida utopía socialista, está envuelto en escándalos de corrupción. Se le acusa a él y a su círculo cercano de recibir comisiones ilícitas de contratos estatales durante la pandemia. ¡Al Presidente! Mientras los españoles padecían el covid-19, el mandatario, al parecer, sacaba provecho de los contratos públicos. Eso ha provocado que los desencantados, junto con la oposición, marchen y pidan elecciones anticipadas.
Si en España llueve, en Bolivia no escampa. Este país, que lleva casi 18 años gobernado por la utopía socialista que tiene viviendo en pobreza a 4 de cada 10 bolivianos, ahora padece el legado de Evo Morales. Antes de Evo, Bolivia exportaba gas a Argentina y Brasil, pero después de que Morales lo nacionalizara, ahora tendrán que importarlo. El mundo al revés. Mientras los bolivianos viven en el segundo país menos desarrollado de la región, también tienen que padecer a un ex mandatario (y futuro candidato) que, según las investigaciones, ha abusado de niñas.
La decadencia de esta utopía no es sólo económica, sino también moral.
Los españoles y bolivianos no son los únicos desencantados. También están los cubanos. Aunque ellos difícilmente tienen la opción de desencantarse, o por lo menos, de decirlo. Si expresan un descontento, como en las protestas de julio de 2021, o marzo de este año, son reprimidos y encarcelados. Allá, como en Venezuela, está prohibido alzar la voz en contra del régimen. Al momento de escribir esta columna, los cubanos llevan tres días seguidos de apagones. No tienen electricidad, pero tampoco tienen comida ni dinero ni trabajo ni libertad ni felicidad. Lo único que tienen es una dictadura que ha impuesto la utopía socialista por 65 años.
La utopía socialista no es perjudicial dependiendo de quién la aplique; es perjudicial siempre y en toda circunstancia. No se trata de si es Petro, Sánchez, Evo, o Díaz-Canel (y los Castro), se trata de que, siempre que votemos por esa utopía fallida, tendremos los mismos resultados. Resultados que hoy tienen desencantados a los ciudadanos, y que ojalá nos ayuden a encontrar el camino para nunca más volver a girar a la izquierda.